Page 345 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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334          Parte III.— Textos: Amr, 104, 105
        místico, cuyo estado era el de la absoluta desnudez del alma, el cual,
        experimentando una noche cierta turbación y espiritual desolación, dijo
        a sus discípulos: "Buscad a ver cuál sea la causa de esta turbación de
        mi estado." Y encontraron en el suelo un pámpano de vid. El maestro
        exclamó: "Nuestra habitación se ha convertido en una tienda de ver-
        duleros." Y cesó con ello su turbación. Asimismo le ocurrió a otro,
        cuyo estado era el de la austeridad escrupulosa, el cual afirmó que la
        lámpara perturbaba su estado; y buscando sus discípulos cuál pudie-
        se ser la causa, dijo uno de ellos: "Hemos pedido prestado un vaso
        de vidrio, para llenarlo, una vez, de aceite y dos veces lo hemos encen-
        dido." Es, por lo tanto, indispensable la limpidez absoluta de alma en
        cada estado místico.
          Otra condición de los sufíes es la de no hacer promesas; pero si
        alguien faltando a esta prescripción promete algo, debe cumplir  lo
        prometido y pedir a Dios perdón de su falta. Deben asimismo ser ve-
        races en lo que cuenten, singularmente cuando cuenten hadices o tra-
        diciones del Enviado de Dios. Ni deben tampoco discutir con los que
        les cuenten algo, evitando siempre pensar mal de  la veracidad del
        que les cuenta, tanto si se trata de un hadiz del Profeta, como de un
        relato atribuido a cualquier otra persona... [105]. La austeridad es-
        crupulosa en el hablar es, por lo tanto, obligatoria para los sufíes y
        para todo muslim, lo mismo que en el mirar y en el comer y en todo lo
        demás.
          Es también condición inexcusable el evitar toda hipocresía y po-
        ner todo empeño en la guarda de los preceptos de la ley divina, así
        los leves como los graves, siempre que se conozcan, y si no se cono-
        cen, hay obligación de consultar, en cada caso de conciencia, qué deba
        hacerse según la ley, pues cuando el hombre falta a sus deberes reli-
        giosos, es natural que se vea también defraudado en su aspiración a
        penetrar los divinos misterios, ya que Dios no los otorga, sino a los
        que le sirven con toda fidelidad. Deben también escoger como lo mejor
        para sí mismos aquello que Dios en su Libro o por boca de su Profeta
        declara ser preferible para ellos, pues quien obra de otro modo, es
        que prefiere sus propias pasiones antes que su religión. Tampoco de-
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