Page 410 - El Islam cristianizado : estudio del "sufismo" a través de las obras de Abenarabi de Murcia
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Carismas de visión 399
dad, júntase la luz de este sol con la luz propia del ojo o con la bru-
ñida superficie del espejo del alma y de esta unión se engendra [67] la
visión, percepción e impresión cognoscitiva.
El que logra este carisma de la visión interior es capaz de penetrar
el pensamiento del prójimo y de dominar el arte de la fisiognómica ma-
gistral.
La manera de llegar los pensamientos del prójimo al alma del mís-
tico que ha alcanzado esta morada de la divina sabiduría es como si-
gue: cuando se descorren los velos supradichos que cubren el ojo del
corazón, percibe éste sensiblemente todo otro corazón que tenga en-
frente; y esto es así, porque todo corazón es como un libro en que están
escritos los conocimientos e ideas que posee en sus diferentes capas,
semejantes a los folios de un volumen; ahora bien, el sujeto no puede
menos de estar leyendo cada instante lo que está escrito en los folios
del volumen de su propio corazón, bien sea que lo hojee rápidamente,
es decir, que repase varias ideas, bien sea que se fije varias veces se-
guidas en una sola idea; en cualquiera de ambos casos, el místico do-
tado de este carisma dirige su vista interior al volumen escrito, que es
el corazón de su prójimo [68], y mira en qué folio está leyendo o en
qué línea de él tiene fija su atención y se entera de lo que piensa, bueno
o malo, sin que su prójimo lo sospeche; y si, luego de haberse enterado,
quiere comunicarlo a los demás, lo hace; y si no, lo guarda en secreto,
según lo estima oportuno y conveniente.
Otra manera es como sigue: a veces, en el espejo del corazón del
místico se graba o imprime el pensamiento que existe en el alma de
otro, como se refleja en un espejo bruñido la imagen del objeto que
está enfrente de él. Aquí, la limpidez del espejo del corazón estriba en
que esté vacío de ideas vanas o accidentales y lleno, en cambio, de las
ideas esenciales a la morada mística que ocupa, en las cuales tiene fija
la atención. Si, pues, en tal estado de ánimo encuentra en su propio
corazón una idea que no corresponde a su morada, infiere de cierto
que aquella idea no es suya, sino de alguno de los que allí están pre-
sentes... Cabe entonces que el iluminado, conociendo la idea, no co-
nozca de quién sea, si éste no se lo confiesa espontáneamente, o lo