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FORMULACIÓN








             INTRODUCCIÓN









             Tomado de:

             Saldarriaga, Alberto. (1996). Aprender Arquitectura, un manual de supervivencia. Corona.








             “La categoría de monumento, aplicada convencionalmente a edificaciones de singular importancia histórica y testimonial señala una valoración cua-

             litativa especial que coloca una obra arquitectónica en una posición análoga a la de obra de arte.

             En su origen el monumento fue una edificación conmemorativa del contacto humano con un orden sobrenatural. El dolmen, el ziggurat, el túmulo y

             la pirámide son los ancestros paradigmáticos de la arquitectura monumental cuya principal derivación se encuentra en la arquitectura religiosa de

             todos los tiempos y lugares.

             El castillo, el palacio y los edificios públicos son formas de arquitectura a las cuales se transfirió el carácter de monumento, dada su importancia en

             la vida política y en la organización social. La monumentalidad se estableció como medida de arquitectura en el academicismo del siglo XIX. Hoy en

             día esa denominación se asigna a toda edificación, pública o privada, que posee algo de ese poder conmemorativo aunado a los valores arquitectó-

             nicos propios del lenguaje de la monumentalidad. La evolución de este lenguaje a través de la historia de la ciudad y de la arquitectura es bastante

             interesante, puesto que ha derivado de pautas sucesivas de imagen, trazado y proporciones de las edificaciones y también ha contado con códigos

             para su utilización social. Una catedral gótica o una pirámide maya son lugares donde se produce el encuentro ya mencionado entre lo humano y lo

             sobrenatural. Su monumentalidad es fácilmente reconocible por su forma y proporciones; son edificaciones diferentes en el contexto que las rodea.

             La diferenciación, establecida desde el mismo origen de la edificación monumental, ha sido entendida y regulada de diversas maneras a través de

             la historia y en las distintas culturas que han poblado y pueblan la Tierra.

             A partir del Renacimiento italiano, el carácter monumental se asoció al sentido artístico de la obra arquitectónica y su representatividad se bifurcó en

             dos direcciones, una de ellas en relación con el cliente de la obra y la otra en dirección de sus cualidades estéticas. Ese sentido dual de lo monu-

             mental perduró en los siglos siguientes. En la Ilustración se ratificó la importancia de lo monumental como propuesta arquitectónica en la ciudad de

             la democracia y se dio cabida a proyectos fantásticos destinados a ser los templos del saber, del arte y de la razón. Con menor ilustración y mayor

             opulencia, los miembros de la burguesía industrial y comercial del siglo XIX, cuyo origen social no era suficientemente legítimo a ojos de los des-

             cendientes de las antiguas aristocracias, adoptaron la apariencia monumental como signo de importancia social y de demostración de su riqueza.”

             (Saldarriaga, 1996,p.43)




             “El arquitecto contemporáneo debe estar al tanto de la situación global del planeta y de los problemas ambientales que ya se presentan en forma

             crítica. Requiere entender el mundo como un gigantesco organismo en el cual conviven seres de diferente constitución, se enfrentan fuerzas de di-

             ferentes orígenes, se producen toda suerte de desequilibrios. Su papel de planificador, proyectista y constructor del entorno habitable es ahora más

             decisivo que antes. Los riesgos son también mayores.” (Saldarriaga,1996,p.39)
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