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222 OBRAS DE SELGAS.
La visita es bastante intempestiva ; pero casual-
mente nos "hallamos de pie para recibirla.
Dos criados corrieron maquinalmente al za-
guán y abrieron.
,
La voz del Escribano resonó en el hueco de la
escalera gritando
,
— No hay que detenerme ; necesito ver á los
j
señores en este momento!
Los señores acudieron á estas voces , sin sa-
ber lo que se hacían y al verlos el Escribano,
,
prorumpió , diciendo
— ¡Desolación!.... ¡Desolación!.... ¡Han huí-
do.... los dos; los dos han huido!
— ¿Quién?— preguntó aterrada la señora dé
Llanoverde.
— ¡Quién! (exclamó el Escribano.) ¡Friole-
ra!.... ¡Oh! La tenían muy bien urdida.... ¡Mi
hijo!.... ¡quién lo había de creer!.... ¡Ella!....
quién lo había de pensar . . . Se amaban , seño-
.
¡ !
ra; el amor rompe por cualquier parte.... Vds.
no hubieran consentido nunca en unirlos.... y
se han fugado.
En lo que decía el Escribano no había nada de
sobrenatural; pero sus palabras eran páralos
señores de Llanoverde tan terribles como la som-
bra del fantasma.
—¿Y qué se ha de hacer ya? (siguió diciendo. )
La cosa es clara como la luz del día que nos
alumbra. De la ventana, de paren par abierta,