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3 l8 OBRAS DE SELGAS.
vive todavía en su casa, y podremos entendernos.
—¿Cómo? — preguntaron á la vez el Barón y
Guillermo.
— Es muy sencillo (les contestó). Vds., que
están perfectamente enterados del caso, se encar-
garán de pedirle en mi nombre explicación de
su conducta.
— Preveo la' respuesta,— advirtió Guillermo.
— Veamos, — dijo el Coronel.
— Contestará sencillamente «Decidle á ese ca-
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ballero que he muerto.
— En ese caso, le suplican Vds. con toda efica-
cia que resucite aunque no sea más que por una
,
hora.
Los dos se miraron sin atreverse á sonreír,
y á un mismo tiempo se inclinaron , aceptando
en silencio el encargo que se les daba. Ambos
eran hombres de buen humor y bastante des-
ocupados para desperdiciar la ocasión que se les
presentaba. Por otra parte, no dejaba de ser mis-
teriosa la reclusión á que Guillén se había con-
denado, y el encargo del Coronel venía á ser
como la llave con que podrían abrir la puerta de
aquel misterio.
Entrambos se encaminaron á cumplir la co-
misión de que acababan de encargarse, y el Barón
decía
— Es curioso esto ; Guillén parece seducido por
los encantos fúnebres de una muerta, que, por