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El Celoso Extremeño. 131
do á ellas le llegó, le parecía que se es-
tremecía, y ella quedó mortal, parecién-
dole que le había cogido en el hurto. En
efeto: como mejor pudo le acabó de un-
tar todos los lugares que le dijeron ser
necesarios, que fué lo mismo que haber-
le embalsamado para la sepultura.
Poco espacio lardó el alopiado un-
güento en dar manifiestas señales de su
virtud . porque luego comenzó á dar el
viejo tan grandes ronquidos, que se pu-
dieran oir en la calle; música á los oídos
de su esposa más acordada que la del
maese de su negro: y aún mal segura de
lo que veía, se llegó á él y le estremeció
un poco , y luego más , y luego otro po-
quito más , por ver si despertaba , y á
tanto se atrevió, que le volvió de una
parte á otra sin que despertase. Como
vio esto, se fué á la gatera de la puerta,
y con voz tan baja como la primera lla-
mó á la dueña , que allí la estaba espe-
rando y le dijo
—Dame albricias, hermana: que Carri-
zales duerme más que un muerto.
— Pues ;á qué aguardas á tomar la llave,
señora? (dijo la dueña) ; mira que está el
músico aguardándola más ha de una hora.