Page 316 - Orgullo y prejuicio
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con él sólo por consideración a Bingley. Ninguna de las chicas la
escuchaba. Elizabeth estaba inquieta por algo que Jane no podía sospechar,
pues nunca se había atrevido a mostrarle la carta de la señora Gardiner, ni a
revelarle el cambio de sus sentimientos por Darcy. Para Jane, Darcy no era
más que el hombre cuyas proposiciones había rechazado Elizabeth y cuyos
méritos menospreciaba. Pero para Elizabeth, Darcy era el hombre a quien
su familia debía el mayor de los favores, y a quien ella miraba con un
interés, si no tan tierno, por lo menos tan razonable y justo como el que
Jane sentía por Bingley. Su asombro ante la venida de Darcy a Netherfield,
a Longbourn, buscándola de nuevo voluntariamente, era casi igual al que
experimentó al verlo tan cambiado en Derbyshire.
El color, que había desaparecido de su semblante, acudió en seguida
violentamente a sus mejillas, y una sonrisa de placer dio brillo a sus ojos al
pensar que el cariño y los deseos de Darcy seguían siendo los mismos. Pero
no quería darlo por seguro.
«Primero veré cómo se comporta ––se dijo–– y luego Dios dirá si puedo
tener esperanzas.»
Se puso a trabajar atentamente y se esforzó por mantener la calma. No
osaba levantar los ojos, hasta que su creciente curiosidad le hizo mirar a su
hermana cuando la criada fue a abrir la puerta. Jane estaba más pálida que
de costumbre, pero más sosegada de lo que Elizabeth hubiese creído.
Cuando entraron los dos caballeros, enrojeció, pero los recibió con bastante
tranquilidad, y sin dar ninguna muestra de resentimiento ni de innecesaria
complacencia.
Elizabeth habló a los dos jóvenes lo menos que la educación permitía, y
se dedicó a bordar con más aplicación que nunca. Sólo se aventuró a dirigir
una mirada a Darcy. Éste estaba tan serio como siempre, y a ella se le antojó
que se parecía más al Darcy que había conocido en Hertfordshire que al que
había visto en Pemberley. Pero quizá en presencia de su madre no se sentía
igual que en presencia de sus tíos. Era una suposición dolorosa, pero no
improbable.
Miró también un instante a Bingley, y le pareció que estaba contento y
cohibido a la vez. La señora Bennet le recibió con unos aspavientos que