Page 136 - Fantasmas
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FANTASMAS
—Está demasiado oscuro para ver las manecillas. Bien,
realmente admiro tu preocupación por la señora Kutchner.
—Bueno... No ha sido nada —dijo Rudy, con un pie en
el primer peldaño de las escaleras.
—Pero deberías preocuparte más de.tu propio bienestar,
Rudolf —dijo su padre en tono calmado y benevolente, el mis-
mo que, suponía Max, debía de emplear cuando hablaba con
pacientes en fase terminal de una enfermedad. Había llegado la
noche y, con ella, el doctor.
Rudy dijo:
—Lo siento, pero...
—Ahora dices que lo sientes. Pero pronto lo sentirás de
manera más palpable.
El látigo sonó como una fuerte bofetada y Rudy, que cum-
pliría diez años en dos semanas, rompió a llorar. Max apretó los
dientes mientras seguía mesándose los cabellos, y se llevó las
muñecas a los oídos, en un vano intento de no oír el llanto de
su hermano y el látigo golpeando la carne, la grasa y los huesos.
Como tenía los oídos tapados, no oyó entrar a su padre
y sólo levantó la vista cuando su sombra se proyectó sobre él.
Abraham estaba en el umbral del vestíbulo, despeinado, el cue-
llo de la camisa torcido y el látigo apuntando hacia el suelo.
Max esperaba que le pegara también a él, pero no fue así.
—Ayuda a tu hermano a entrar en casa.
Max se puso en pie tambaleándose. Se sentía incapaz de
sostener la mirada de su padre, así que bajó la vista y fijó los
ojos en el látigo. El dorso de la mano de su padre estaba sal-
picado de sangre y al verla Max contuvo el aliento.
—Ya ves lo que me obligas a hacer.
Max no contestó, tal vez no hacía falta. Su padre perma-
neció allí de pie unos instantes más y después se dirigió a la par-
te de atrás de la casa, hacia su estudio privado, que siempre ce-
rraba con llave; una habitación en la que tenían prohibido entrar
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