Page 267 - Fantasmas
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Joe HiLt
Entonces, de manera súbita, la mujer dio un paso atrás
y con un gesto abrupto empujó el frasco hasta casi tirarlo al
suelo, lo cual hizo sufrir bastante a Alinger por unos instantes.
Se apresuró a sujetarlo para evitar que cayera al suelo. La mu-
jer se quitó los auriculares con repentina torpeza.
—Roald Dahl —decía el padre posando una mano en el
hombro de su hijo y admirando el frasco que éste había des-
cubierto—. Vaya, vaya. Le interesan los escritores, ¿eh?
—NOo me gusta este sitio —dijo la mujer. Tenía la mirada
vidriosa y fija en el frasco que contenía el último aliento de Ca-
rrie Mayfield, pero no lo veía. Tragó saliva ruidosamente, lle-
vándose una mano a la garganta.
—Cariño —dijo—, quiero irme.
—Pero, mamá —protestó el niño.
—Me gustaría que firmaran en mi libro de visitas —dijo
Alinger, y los condujo de vuelta al guardarropa.
El padre se mostraba solícito, tocando a su mujer en el
hombro y mirándola con ojos tiernos y preocupados.
—¿No podrías esperarnos un ratito en el coche? A Tom
y a mí nos gustaría quedarnos un poco más.
—Quiero que nos marchemos ahora mismo —dijo la mu-
jer con voz neutra y distante—. Los tres.
El padre la ayudó a ponerse el abrigo. El niño se metió
las manos en los bolsillos y con gesto enfadado dio una pata-
da a un viejo maletín de médico que había junto al paragúero.
Entonces se dio cuenta de lo que había hecho y, sin mostrar
atisbo alguno de estar avergonzado, lo abrió en busca del as-
pirador.
La mujer se enfundó sus guantes de cabritillo con mu-
cho cuidado, metiendo bien cada dedo. Parecía perdida en
sus pensamientos, de modo que los demás se sorprendieron
cuando de repente pareció espabilarse, se giró y fijó la vista
en Alinger.
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