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Invoker

















                En su antigua y algunos dirían más poderosa forma, la magia era
           principalmente el arte de la memoria. No requería tecnología ni varitas
       mágicas u otros accesorios, sólo la mente del mago. Toda la parafernalia de
       los rituales se reducía a códigos mnemotécnicos con el objeto de permitir al
       experto recordar en gran detalle la fórmula mental específica que da acceso
       al poder de un hechizo. Los más grandiosos magos de aquellos días eran los
          que habían sido otorgados con el don de una memoria superior, pero tan
         complejas eran las invocaciones que todos los magos estaban obligados a
          especializarse. En el transcurso de una vida los más entregados podían
       aspirar a memorizar tres encantamientos, cuatro como mucho. Los hechiceros
        ordinarios se contentaban con dos, y no era raro que el mago de una aldea
         supiera sólo uno, incluso requiriendo para ello consultar grimorios como
       ayuda contra el olvido en las raras ocasiones en las que tuviera que usarlo.
        Pero entre aquellos primeros taumaturgos había una excepción, un genio de
          extraordinaria inteligencia y prodigiosa memoria que pasó a ser conocido
       como Invoker. En su juventud, el precoz mago dominó, no cuatro, ni cinco, ni
           siquiera siete encantamientos: Era capaz de canalizar no menos de diez
       hechizos y lanzarlos al instante. Aprendió muchos más pero no les encontró
         uso, los practicó una vez y los purgó de su memoria para siempre dejando
       lugar a invocaciones más prácticas. Uno de ellos fue el Conjuro Sempiterno.
        Un hechizo de longevidad de tal poder que aquellos que lo lanzaron en los
         primeros días del mundo están entre nosotros todavía (a no ser que hayan
             sido reducidos a átomos). La mayoría de estos cuasi-inmortales viven
        sosegadamente temiendo admitir su secreto, pero Invoker no es de mantener
       sus dones ocultos. Ahora es anciano, ha aprendido más que ningún otro y su
       mente todavía tiene espacio para contener una magnífica opinión de su propia
          valía... además de las invocaciones con las que se entretiene durante el
                 largo y lento crepúsculo de los días de decadencia del mundo.
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