Page 1066 - El Señor de los Anillos
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conservados, Frodo. No puede haber sedas ni linos ni armaduras ni blasones
dignos de más altos honores. Luego quizás os consiga otros atavíos.
Y extendió hacia ellos las manos y vieron que una le resplandecía, envuelta
en luz.
—¿Qué tienes ahí? —exclamó Frodo—. ¿Es posible que sea…?
—Sí, os he traído vuestros dos tesoros. Los tenía Sam, cuando fuisteis
rescatados. Los regalos de la Dama Galadriel: el frasco, Frodo, y la cajita, Sam.
Os alegrará tenerlos de nuevo.
Una vez lavados y vestidos, y después de un ligero refrigerio, los hobbits
siguieron a Gandalf. Salieron del bosquecillo de abedules donde habían dormido,
y cruzaron un largo prado verde que relucía al sol, flanqueado de árboles
majestuosos de oscuro follaje y cargados de flores rojas. A espaldas de ellos
canturreaba una cascada, y un arroyo corría adelante, entre riberas florecidas, y
en el linde del prado se internaba en un bosque frondoso y pasaba luego bajo una
arcada de árboles, y entre ellos y a lo lejos centelleaba el agua.
Al llegar al claro del bosque les sorprendió ver unos caballeros de armadura
brillante y unos guardias altos engalanados de negro y de plata que los saludaban
con respetuosas y profundas reverencias. Se oyó un largo toque de trompeta, y
siguieron avanzando por la alameda, a la vera de las aguas cantarinas. Y llegaron
a un amplio campo verde, y más allá corría un río ancho en cuyo centro
asomaba un islote boscoso con numerosas naves ancladas en las costas. Pero en
ese campo se había congregado un gran ejército, en filas y compañías que
resplandecían al sol. Y al ver llegar a los hobbits desenvainaron las espadas y
agitaron las lanzas; y resonaron las trompetas y los cuernos, y muchas voces
gritaron en muchas lenguas:
¡Vivan los Medianos! ¡Alabados sean con grandes alabanzas!
Cuio y Pheriain anann! Aglar ni Pheriannath!
¡Alabados sean con grandes alabanzas, Frodo y Samsagaz!
Daur a Berhael, Conin en Annûn! Eglerio!
¡Alabados sean!
Eglerio!
A laita te, laita te! Andave laituvalmet!
¡Alabados sean!
Cormacolindor, a laite tárienna!
¡Alabados sean! ¡Alabados sean con grandes alabanzas los Portadores del
Anillo!
Y así, arreboladas las mejillas por la sangre roja, con los ojos brillantes de
asombro, Frodo y Sam continuaron avanzando y vieron, en medio de la hueste