Page 148 - El Señor de los Anillos
P. 148
Tom hizo una reverencia a los huéspedes.
—La cena está servida —dijo Baya de Oro y los hobbits vieron ahora que
ella estaba vestida toda de plata y con un cinturón blanco y que los zapatos eran
como escamas de pescado. Pero Tom tenía un traje de color azul puro, azul
como los nomeolvides lavados por la lluvia, y medias verdes.
La comida fue todavía mejor que la anterior. Quizá bajo el encanto de las
palabras de Tom los hobbits hubieran podido saltarse una comida o dos, pero
cuando tuvieron el alimento ante ellos pareció que no comían desde hacía una
semana. No cantaron ni siquiera hablaron mucho durante un rato, del todo
dedicados a la tarea. Pero al cabo de un tiempo el corazón y el espíritu se les
animaron otra vez y las voces resonaron, en alegría y risas.
Luego de la cena, Baya de Oro cantó muchas canciones para ellos, canciones
que comenzaban felizmente en las colinas y recaían dulcemente en el silencio y
en los silencios vieron imágenes de estanques y aguas más vastos que todos los
conocidos y observando esas aguas vieron el cielo abajo y las estrellas como
joyas en los abismos. Luego, una vez más, Baya de Oro les dio a todos las buenas
noches y los dejó junto a la chimenea. Pero Tom estaba ahora muy despierto y
los acosó a preguntas.
Descubrieron entonces que ya sabía mucho de ellos y de sus familias y que
conocía la historia y costumbres de la Comarca desde tiempos que los hobbits
mismos recordaban apenas. Esto no los sorprendió, pero Tom no ocultó que una
buena parte de sus conocimientos le venía del granjero Maggot, a quien parecía
atribuir una importancia que los hobbits no habían imaginado.
—Hay tierra bajo los pies del viejo Maggot y tiene arcilla en las manos,
sabiduría en los huesos y muy abiertos los dos ojos. —Fue también evidente que
Tom había tenido tratos con los elfos y que de alguna manera se había enterado
por Gildor de la huida de Frodo.
En verdad tanto sabía Tom y sus preguntas eran tan hábiles, que Frodo se
encontró hablándole de Bilbo y de sus propias esperanzas y temores como no se
había atrevido a hacerlo ni siquiera con Gandalf. Tom asentía con movimientos
de cabeza y los ojos le brillaron cuando oyó nombrar a los Jinetes.
—¡Muéstrame ese precioso Anillo! —dijo de repente en medio de la historia:
y Frodo, él mismo asombrado, sacó la cadena y desprendiendo el Anillo se lo
alcanzó en seguida a Tom.
Pareció que el Anillo se hacía más grande un momento en la manaza morena
de Tom. De pronto Tom alzó el Anillo y lo miró de cerca y se rió. Durante un
segundo los hobbits tuvieron una visión a la vez cómica y alarmante: el ojo azul
de Tom brillando a través de un círculo de oro. Luego Tom se puso el Anillo en el
extremo del dedo meñique y lo acercó a la luz de la vela. Durante un momento
los hobbits no advirtieron nada extraño. En seguida se quedaron sin aliento. ¡Tom