Page 223 - El Señor de los Anillos
P. 223
aroma del vapor era refrescante y los otros tres hobbits sintieron que les calmaba
y aclaraba las mentes. La hierba actuaba además sobre la herida, pues Frodo
notó que le disminuía el dolor y también aquella sensación de frío que tenía en el
costado; pero el brazo continuaba como sin vida y no podía alzar la mano o
mover los dedos. Lamentaba amargamente su propia necedad y se reprochaba
no haberse mostrado más firme pues comprendía ahora que al ponerse el Anillo
no había obedecido a sus propios deseos sino a las órdenes imperiosas de los
enemigos. Se preguntaba si no quedaría lisiado para siempre y cómo se las
arreglarían para proseguir el viaje. Se sentía tan débil que ni siquiera podía
ponerse de pie.
Los otros discutían este mismo problema. Decidieron rápidamente dejar la
Cima de los Vientos tan pronto como fuera posible.
—Pienso ahora —dijo Trancos— que el enemigo ha estado vigilando este
sitio desde hace varios días. Si Gandalf vino por aquí, tiene que haberse visto
obligado a escapar y no volverá. De todos modos y luego del ataque de anoche,
correrías grave peligro aquí si nos quedamos después que oscurezca y la
situación no podría ser peor para nosotros en cualquier otro sitio.
Tan pronto como se hizo de día se prepararon una comida frugal y
empacaron. Como Frodo no podía caminar, dividieron la mayor parte del
equipaje entre los cuatro y montaron a Frodo en el poney. En los últimos pocos
días la pobre bestia había mejorado de modo notable; ya parecía más gorda y
fuerte y había comenzado a mostrar afecto a sus nuevos dueños, sobre todo a
Sam. El tratamiento que había recibido de Bill Helechal tenía que haber sido muy
duro para que un viaje por tierras salvajes le pareciera mucho mejor que la vida
anterior.
Partieron en dirección sur. Esto significaba cruzar el camino, pero era el
modo más rápido de llegar a regiones arboladas. Y necesitaban combustible,
pues Trancos decía que Frodo tenía que estar abrigado, especialmente de noche,
y además el fuego serviría para protegerlos a todos. Planeaban también abreviar
el trayecto cortando a través de otra vuelta del camino; al este, más allá de la
Cima de los Vientos, la ruta cambiaba de curso describiendo una amplia curva
hacia el norte.
Marcharon lenta y precavidamente bordeando las faldas del sudoeste de la colina
y no tardaron en llegar al borde del camino. No había señales de los Jinetes. Pero
en el mismo momento en que cruzaban de prisa alcanzaron a oír dos gritos
lejanos: una voz fría que llamaba y una voz fría que respondía. Temblando se
precipitaron hacia los matorrales que crecían del otro lado. El terreno descendía
allí en pendiente hacia el sur, salvaje y sin ninguna senda; unos arbustos y árboles
raquíticos crecían en grupos apretados en medio de amplios espacios desnudos.
La hierba era escasa, dura y gris; y los matorrales perdían las hojas secas. Era