Page 437 - El Señor de los Anillos
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coronadas por una aguja de piedra. Muchos pájaros volaban alrededor, pero no
      había otros signos de vida.
        Después del desayuno, Aragorn reunió a la Compañía.
        —El  día  ha  llegado  al  fin  —dijo—,  el  día  de  la  elección  tanto  tiempo
      demorada. ¿Qué será ahora de nuestra Compañía, que ha viajado tan lejos en
      comunidad? ¿Iremos al este con Boromir, a las guerras de Gondor, o iremos al
      oeste,  hacia  el  Miedo  y  la  Sombra,  o  disolveremos  la  comunidad  y  cada  uno
      tomará el camino que prefiera? Lo que se decida, hay que hacerlo en seguida.
      No podemos quedarnos aquí mucho tiempo. El enemigo está en la costa oriental,
      ya sabemos; pero temo que los orcos puedan encontrarse de este lado del agua.
        Hubo un largo silencio, en el que nadie habló o se movió.
        —Bueno, Frodo —dijo Aragorn al fin—. Temo que la responsabilidad pese
      ahora sobre tus hombros. Eres el Portador elegido por el Concilio. Se trata de tu
      propio camino y sólo tú decides. En este asunto no puedo aconsejarte. No soy
      Gandalf y aunque he tratado de desempeñarme como él, no sé qué designios o
      esperanzas tenía para esta hora, si tenía algo. Lo más probable es que si estuviera
      aquí con nosotros la elección dependería todavía de ti. Tal es tu destino.
        Frodo no respondió en seguida. Luego dijo lentamente:
        —Sé que el tiempo apremia, pero no puedo elegir. La responsabilidad es muy
      pesada. Dame una hora más y hablaré. Dejadme solo.
        Aragorn lo miró con una piedad conmiserativa.
        —Muy bien, Frodo hijo de Drogo —dijo—. Tendrás una hora y estarás solo.
      Nos quedaremos aquí un rato. Pero no te alejes tanto que no podamos oírte.
        Frodo  se  quedó  algún  tiempo  sentado,  cabizbajo.  Sam,  que  había  estado
      observando a su amo muy preocupado, inclinó la cabeza y murmuró:
        —Es claro como el agua, pero no vale la pena que Sam Gamyi meta la pata
      justo ahora.
        Al  fin  Frodo  se  incorporó  y  se  alejó,  y  Sam  vio  que  mientras  los  otros  se
      dominaban y evitaban mirarlo, los ojos de Boromir seguían a Frodo, hasta que se
      perdió entre los árboles al pie del Amon Hen.
      Yendo al principio sin rumbo por el bosque, Frodo descubrió que los pies estaban
      llevándolo hacia las faldas de la montaña. Llegó a un sendero, las tortuosas ruinas
      de  un  camino  de  otra  época.  En  los  lugares  abruptos  habían  tallado  unos
      escalones, pero ahora estaban agrietados y gastados y las raíces de los árboles
      habían partido la piedra. Trepó algún tiempo sin preocuparse por donde iba, hasta
      que  llegó  a  un  sitio  con  pastos.  Había  fresnos  alrededor  y  en  medio  una  gran
      piedra  chata.  El  pequeño  prado  de  la  colina  se  abría  al  este  y  ahora  estaba
      iluminado  por  el  sol  matinal.  Frodo  se  detuvo  y  miró  por  encima  del  río,  que
      corría muy abajo, los picos del Tol Brandir y los pájaros que revoloteaban en el
      gran espacio aéreo que se extendía entre él y la isla virgen. La voz del Rauros era
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