Page 465 - El Señor de los Anillos
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cae como una, lluvia centelleante en los jardines de los Reyes antiguos.
       ¡Oh muros orgullosos!¡Torres blancas!¡Oh alada corona y trono de oro!
       ¡Oh Gondor, Gondor! ¿Contemplarán los Hombres el Árbol de Plata,
       o el Viento del Oeste soplará de nuevo entre las Montañas y el mar?
        —¡Ahora,  en  marcha!  —dijo  apartando  los  ojos  del  sur  y  buscando  en  el
      oeste y el norte el camino que habían de seguir.
        El monte sobre el que estaban ahora descendía abruptamente ante ellos. Allá
      abajo,  a  unas  cuarenta  yardas,  corría  una  cornisa  amplia  y  escabrosa  que
      concluía bruscamente al borde de un precipicio: el Muro Oriental de Rohan. Así
      terminaban  los  Emyn  Muil  y  las  llanuras  verdes  de  los  Rohirrim  se  extendían
      ante ellos hasta perderse de vista.
        —¡Mirad! —gritó Legolas, apuntando al cielo pálido—. ¡Ahí está de nuevo el
      águila! Vuela muy alto. Parece que estuviera alejándose, de vuelta al norte y
      muy rápidamente. ¡Mirad!
        —No, ni siquiera mis ojos pueden verla, mi buen Legolas —dijo Aragorn—.
      Tiene que estar en verdad muy lejos. Me pregunto en qué andará y si será la
      misma ave que vimos antes. ¡Pero mirad! Alcanzo a ver algo más cercano y
      más urgente. ¡Una cosa se mueve en la llanura!
        —Muchas  cosas  —dijo  Legolas—.  Es  una  gran  compañía  a  pie,  pero  no
      puedo decir más ni ver qué clase de gente es ésa. Están a muchas leguas, doce
      me parece, aunque es difícil estimar la distancia en esa llanura uniforme.
        —Pienso, sin embargo, que ya no necesitamos de ninguna huella que nos diga
      qué camino hemos de tomar —dijo Gimli—. Encontremos una senda que nos
      lleve a los llanos tan rápido como sea posible.
        —No creo que encuentres un camino más rápido que el de los orcos —dijo
      Aragorn.
        Continuaron la persecución, ahora a la clara luz del día. Parecía como si los
      orcos  hubiesen  escapado  a  marcha  forzada.  De  cuando  en  cuando  los
      perseguidores  encontraban  cosas  abandonadas  o  tiradas  en  el  suelo:  sacos  de
      comida, cortezas de un pan gris y duro, una capa negra desgarrada, un pesado
      zapato claveteado roto por las piedras. El rastro llevaba al norte a lo largo del
      declive  escarpado  y  al  fin  llegaron  a  una  hondonada  profunda  cavada  en  la
      piedra  por  un  arroyo  que  descendía  ruidosamente.  En  la  cañada  estrecha  un
      sendero áspero bajaba a la llanura como una escalera empinada.
        Abajo  se  encontraron  de  pronto  pisando  los  pastos  de  Rohan.  Llegaban
      ondeando como un mar verde hasta los mismos pies de Emyn Muil. El arroyo
      que bajaba de la montaña se perdía en un campo de berros y plantas acuáticas;
      los  compañeros  podían  oír  cómo  se  alejaba  murmurando  por  túneles  verdes,
      descendiendo poco a poco hacia los pantanos del Valle del Entaguas allá lejos.
      Parecía que hubieran dejado el invierno aferrado a las montañas de detrás. Aquí
      el aire era más dulce y tibio y levemente perfumado, como si la primavera ya
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