Page 664 - El Señor de los Anillos
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viento helado, cargado a la vez de un frío olor a podredumbre—. Bueno —dijo al
fin, desviando la mirada—. No podemos quedarnos aquí la noche entera, brete o
no brete. Necesitamos encontrar un sitio más reparado y volver a acampar; y tal
vez la luz del nuevo día nos muestre algún sendero.
—O la del siguiente, o la del otro o la del tercero —murmuró Sam—. O la de
ninguno. Por aquí no llegaremos a ninguna parte.
—Quién sabe —dijo Frodo—. Si es mi destino, como creo, ir allá, al lejano
País de las Sombras, tarde o temprano algún sendero tendrá que aparecer. ¿Pero
quién me lo mostrará, el bien o el mal? Todas nuestras esperanzas se cifraban en
la rapidez. Esta demora favorece al enemigo… y heme aquí: demorado. ¿Es la
voluntad de la Torre Oscura la que nos dirige? Todas mis elecciones resultaron
equivocadas. Debí separarme de la Compañía mucho antes, y bajar desde el
norte, por el camino que corre al este del río y los Emyn Muil, y cruzar por tierra
firme el Llano de la Batalla hasta los Pasos de Mordor. Pero ahora no será posible
que tú y yo solos encontremos un camino, y en la orilla oriental merodean los
orcos. Cada día que pasa es un tiempo precioso que perdemos. Estoy cansado,
Sam. No sé qué hacer. ¿Qué comida nos queda?
—Sólo esas… ¿cómo se llaman…? esas lembas, señor Frodo. Una buena
cantidad. Son mejor que nada, en todo caso. Sin embargo, nunca me imaginé, la
primera vez que les hinqué el diente, que llegarían a cansarme. Pero eso es lo
que me pasa ahora: un mendrugo de pan común y un jarro de cerveza… ay,
siquiera medio jarro… me caerían de perlas. Desde la última vez que
acampamos traigo a cuestas mis enseres de cocina, ¿y de qué me han servido?
Nada con que encender un fuego, para empezar; y nada que cocinar; ¡ni una
mísera hierba!
Dieron media vuelta y descendieron a una hondonada pedregosa. El sol ya en
el ocaso desapareció entre unas nubes y la noche cayó rápidamente. A pesar del
frío consiguieron dormir por turno en un recoveco entre unos pináculos altos y
mellados de roca carcomida por el tiempo; por lo menos estaban al reparo del
viento del este.
—¿Los ha vuelto a ver, señor Frodo? —preguntó Sam, cuando estuvieron
sentados, ateridos de frío, mascando lembas a la luz yerta y gris del amanecer.
—No —dijo Frodo—, no he oído ni visto nada desde hace dos noches.
—Yo tampoco —dijo Sam—. ¡Grrr! Esos ojos me helaron la sangre. Tal vez
hayamos conseguido despistarlo, a ese miserable fisgón. Gollum! Gollum le voy
a dar yo en el gaznate si algún día le pongo las manos encima.
—Espero que ya no sea necesario —dijo Frodo—. No sé cómo habrá hecho
para seguirnos; pero es posible que haya vuelto a perder el rastro, como tú dices.
En esta región seca y desierta no podemos dejar muchas huellas, ni olores, ni aún
para esa nariz husmeadora.
—Ojalá sea como usted dice —dijo Sam—. ¡Ojalá nos libráramos de él para