Page 710 - El Señor de los Anillos
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Pero el nombre de Aragorn había puesto de mal talante a Gollum. Tenía todo
el aire ofendido de un mentiroso de quien se sospecha que está mintiendo, cuando
por una vez ha dicho la verdad, o parte de ella. No contestó.
—¿No está vigilada? —repitió Frodo.
—Sí, sí, tal vez. Ningún lugar es seguro en esta región —dijo Gollum
malhumorado—. Ningún lugar es seguro. Pero el amo tiene que intentarlo o
volverse atrás. No hay otro camino. —No consiguieron hacerle decir otra cosa.
El nombre del paraje peligroso y del paso alto, no pudo, o no quiso decirlo.
Era Cirith Ungol, un nombre de siniestra memoria. Quizás Aragorn hubiera
podido decirles este nombre y explicarles su significado; Gandalf los habría
puesto en guardia. Pero estaban solos, y Aragorn se encontraba lejos, y Gandalf
estaba entre las ruinas de Isengard, en lucha con Saruman, retenido por traición.
No obstante, en el momento mismo en que decía a Saruman unas últimas
palabras, y el Palantir se desplomaba en llamas sobre las gradas de Orthanc, los
pensamientos de Gandalf volvían sin cesar a Frodo y Sam; a través de las largas
leguas los buscaba siempre con esperanza y compasión.
Quizá Frodo lo sentía, sin saberlo, como lo había sentido en el Amon Hen,
aunque creyera que Gandalf había partido, partido para siempre a las sombras
de la Moria distante. Durante largo rato permaneció sentado en el suelo, en
silencio, cabizbajo, tratando de recordar todo cuanto le dijera Gandalf. Mas con
respecto a esta elección no podía recordar ningún consejo. En verdad, la guía de
Gandalf les había sido arrebatada demasiado pronto, cuando el País Oscuro
estaba aún muy lejano. Cómo harían para entrar por fin en él, Gandalf no lo
había dicho. Tal vez no lo supiera. En una oportunidad se había aventurado a
entrar en la fortaleza enemiga del norte. Pero ¿había viajado alguna vez a
Mordor, a la Montaña de Fuego y a Barad-dûr desde que el Señor Oscuro
recobrara el poder? Frodo no lo creía. Y ahora él, un pequeño mediano de la
Comarca, un simple hobbit de la apacible campiña, estaba aquí ¡obligado a
encontrar un camino que los mayores no podían o no se atrevían a transitar!
Triste destino el suyo. Pero Frodo ya lo había aceptado en su propia salita en la
remota primavera de otro año, tan remota que le parecía un capítulo en la
historia de la juventud del mundo, cuando los Arboles de Plata y de Oro todavía
estaban en flor. Era una elección nefasta. ¿Qué camino elegir? Y si ambos
conducían al terror y a la muerte, ¿de qué le valía elegir?
Avanzaba el día. Un silencio profundo cayó sobre el pequeño hueco gris en
que yacían tendidos, tan cercano a las orillas del reino del terror: un silencio
palpable, como un velo espeso que los separara del mundo circundante. Allá
arriba una cúpula de cielo pálido, con estrías de un humo fugitivo, parecía alta y
lejana, como si la observaran a través de profundos abismos de aire, cargado de
inquietos pensamientos.
Ni aun un águila volando contra al sol habría reparado en los hobbits sentados