Page 747 - El Señor de los Anillos
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—¿Es costumbre en vuestro país lavarse la cabeza antes de la cena? —
preguntó el hombre que servía a los hobbits.
—No, antes del desayuno —replicó Sam—. Pero si estás falto de sueño, el
agua fría en el cuello te hace el mismo efecto que la lluvia a una lechuga
marchita. ¡Listo! Ahora me podré mantener despierto el tiempo suficiente como
para comer un bocado.
Condujeron a los hobbits a los asientos junto a Faramir: barriles recubiertos de
pieles y más altos que los bancos de los hombres para que estuvieran cómodos.
Antes de sentarse a comer, Faramir y todos sus hombres se volvieron de cara al
oeste y así permanecieron un momento, en profundo silencio. Faramir les indicó
a Frodo y a Sam que hicieran lo mismo.
—Siempre lo hacemos —dijo Faramir cuando por fin se sentaron—;
volvemos la mirada a Númenor, la Númenor que fue, y más allá de Númeror al
Hogar de los Elfos que todavía es, y más lejos aún hacia lo que es y siempre
será. ¿No hay entre vosotros una costumbre semejante a la hora de las comidas?
—No —respondió Frodo, sintiéndose extrañamente rústico y sin educación—.
Pero si hemos sido invitados, saludamos a nuestro anfitrión con una reverencia, y
luego de haber comido nos levantamos y le damos las gracias.
—También nosotros lo hacemos —dijo Faramir.
Luego de tanto peregrinar y de acampar a la intemperie, y de tantos días pasados
en tierras salvajes y desiertas, la colación de la noche les pareció a los hobbits un
festín: beber el vino rubio, fresco y fragante, y comer el pan con mantequilla, y
carnes saladas y frutos secos, y un excelente queso rojo, ¡con las manos limpias
y vajilla y cubiertos relucientes! Ni Frodo ni Sam rehusaron una sola de las
viandas que les fueron ofrecidas, ni una segunda porción, ni aun una tercera. El
vino les corría por las venas y los miembros cansados, y se sentían alegres y
ligeros de corazón como no lo habían estado desde que partieran de las tierras de
Lorien.
Cuando todo hubo terminado, Faramir los llevó a un nicho al fondo de la
caverna, aislado en parte por una cortina; allí pusieron una mesa y dos bancos.
Una pequeña lámpara de barro ardía en una hornacina.
—Pronto podréis tener ganas de dormir —dijo—, especialmente el buen
Samsagaz, que no ha querido cerrar un ojo antes de la cena aunque no sé si por
miedo a embotar un noble apetito o por miedo a mí. Pero no es saludable irse a
dormir en seguida de comer, y menos aún luego de un prolongado ayuno.
Hablemos pues un rato. Tendréis mucho que contar de vuestro viaje desde
Rivendel. Y también querríais saber algo de nosotros y del país en que ahora os
encontráis. Habladme de mi hermano Boromir, del viejo Mithrandir y de la
hermosa gente del país de Lothlórien.
Frodo ya no tenía sueño y estaba dispuesto a conversar. Sin embargo, aunque