Page 364 - El Señor de los Anillos
P. 364
—Si hubiésemos venido por la ruta principal desde las salas superiores, nos
hubieran atrapado aquí —dijo Gandalf—. Esperemos que el fuego se alce ahora
entre nosotros y quienes nos persiguen. ¡Vamos! No hay tiempo que perder.
Aún mientras hablaban escucharon de nuevo el insistente redoble de tambor:
bum, bum, bum. Más allá de las sombras en el extremo oeste de la sala estallaron
unos gritos y llamadas de cuerno. Bum, bum: los pilares parecían temblar y las
llamas oscilaban.
—¡Ahora la última carrera! —dijo Gandalf—. Si afuera brilla el sol, aún
podemos escapar. ¡Seguidme!
Se volvió a la izquierda y echó a correr por el piso liso de la sala. La distancia
era mayor de lo que habían creído. Mientras corrían oyeron los golpeteos y los
ecos de muchos pies que venían detrás. Se oyó un chillido agudo: los habían visto.
Hubo luego un clamor y un repiqueteo de aceros. Una flecha silbó por encima de
la cabeza de Frodo.
Boromir rió.
—No lo esperaban —dijo—. El fuego les cortó el paso. ¡Estamos del mal
lado!
—¡Mirad adelante! —llamó Gandalf—. Nos acercamos al puente. Es angosto
y peligroso.
De pronto Frodo vio ante él un abismo negro. En el extremo de la sala el piso
desapareció y cayó a pique a profundidades desconocidas. No había otro modo
de llegar a la puerta exterior que un estrecho puente de piedra, sin barandilla ni
parapeto, que describía una curva de cincuenta pies sobre el abismo. Era una
antigua defensa de los enanos contra cualquier enemigo que pusiera el pie en la
primera sala y los pasadizos exteriores. No se podía cruzar sino en fila de a uno.
Gandalf se detuvo al borde del precipicio y los otros se agruparon detrás.
—¡Tú adelante, Gimli! —dijo—. Luego Pippin y Merry. ¡Derecho al
principio y escaleras arriba después de la puerta!
Las flechas cayeron sobre ellos. Una golpeó a Frodo y rebotó. Otra atravesó
el sombrero de Gandalf y allí se quedó sujeta como una pluma negra. Frodo
miró hacia atrás. Más allá del fuego vio un enjambre de figuras oscuras, que
podían ser centenares de orcos. Esgrimían lanzas y cimitarras que brillaban rojas
como la sangre a la luz del fuego. Bum, bum resonaba el redoble, cada vez más
alto y más alto, bum, bum.
Legolas se volvió y puso una flecha en la cuerda, aunque la distancia era
excesiva para aquel arco tan pequeño. Iba a tirar de la cuerda cuando de pronto
soltó la mano dando un grito de desesperación y terror. La flecha cayó al suelo.
Dos grandes trolls se acercaron cargando unas pesadas losas y las echaron al
suelo para utilizarlas como un puente sobre las llamas. Pero no eran los trolls lo
que había aterrorizado al elfo. Las filas de los orcos se habían abierto y
retrocedían como si ellos mismos estuviesen asustados. Algo asomaba detrás de