Page 12 - Edicion 767 El Directorio
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Historia
maestra “, respondió.
Usaron libros de texto dona- dos por sus familias y los guardias la conectaron con la escuela de la prisión para hombres, que comenzó a en-
Incluso antes de terminar su carrera, organizó una peti- ción para impugnar la pena de muerte obligatoria de Uganda a la que sumaron 417 personas.
tanto tiempo y dijo “lo siento”.
Pero tras su llanto los jueces y los medios de comunica- ción no estaban convencidos de su sentencia.
La Corte Suprema redujo la sentencia de Kigula a 20 años, y con los cuatro que pasó en prisión preventiva fue liberada en 2016.
KIGULA JUNTO A SU HIJA, OTRA VEZ JUNTAS. Cuando salió de la cárcel, se sentía un mundo extraño y nuevo.
“¡Era como caminar en la luna! No podía creer lo que me estaba pasando”, re- cuerda.
Sus padres murieron mien- tras ella estaba en la cárcel y se dio cuenta que ya no co- nocía a nadie.
abogados del mundo en la que serían los mismos pre- sos quienes representarían a sus compañeros en los tribu- nales.
“Las personas pueden ser encarceladas por ser homo- sexuales, hay mujeres que están en el corredor de la muerte por no poder atender a un niño enfermo en las zonas rurales. Por supuesto, hay personas culpables, pero creemos que todos me- recen el debido proceso”, dice.
Kigula ahora vive con su her- mana y su hija de 19 años.
“Mi hija me llama su héroe. Eso era todo lo que necesi- taba escuchar después de 16 años lejos de ella”.
“La vida es buena otra vez”, repite.
viar a las mujeres notas de estudio para ayudarlas.
Pero no terminó allí.
La universidad
Por mediación de Alexander McLean, un joven británico que creó un proyecto para recaudar fondos para las cárceles de Uganda, Kigula y otras mujeres se convirtieron en los primeros prisioneros ugandeses en tomar un curso por correspondencia en la Universidad de Lon- dres.
Estudiaron derecho y, con el paso del tiempo, ganó tal re- putación entre el personal de la prisión que muchos guar- dias acudían a ella en busca de asesoramiento legal.
Más tarde Kigula estableció una oficina legal en la prisión para ayudar a otros reclusos con solicitudes de libertad bajo fianza o redactando me- morandos de apelación para ellos y enseñándoles cómo representarse en el tribunal, si no podían pagar un abo- gado.
Tuvo tal repercusión que llegó incluso hasta el Tribu- nal Supremo, que finalmente emitió un fallo al respecto: no se aboliría la pena de muerte.
Sin embargo, dictaminó que la pena capital no debería ser obligatoria en casos de asesinato y que una persona condenada no debería per- manecer en el corredor de la muerte indefinidamente.
De hecho, estableció que si un condenado no era ejecu- tado dentro de los tres pri- meros años, la condena pasaría automáticamente a cadena perpetua.
Y, a la luz de estos cambios, la Corte Suprema dictaminó que los condenados a muerte podrían apelar ante al Tribunal Superior su sen- tencia.
Kigula tendría, entonces, otro oportunidad en la corte.
La libertad
Fue esa vez, en noviembre de 2011, cuando lloró al ver a su hijastro después de
Ahora, su vida tiene nuevos ob- jetivos: busca que las autori- dades re- duzcan la sentencia de otras de- cenas de mujeres condena- das a muerte que todavía están en prisión.
Para esto planea es- tablecer la primera uni- versidad y bufete de
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Edición 767 Del 19 al 25 de abril del 2018