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XLIX
SIEN EN
También hay en ese “olvido” de quien será, esa marca temporal, dislocada por el mane- jo algo bergsoniano del tiempo, que Vallejo profundiza con una particular displicencia, como si trabajara un dispositivo auxiliar del abandono, o como salvoconducto hacia ninguna parte de una persona que escribe habiendo perdido todo, no sólo un estado de ánimo, sino un “estado” de escritura, que lejos de aplanarse en sus propias honduras, lo lleva a escribir uno de los poemas más angustiantes de “Trilce”, si es que cabe ese adjetivo.
Por otra parte, se dan dos situaciones en este texto que también retrata una parte del mecanismo vallejiano, que son, en primer término, la transformación, y enseguida la sustitución. Vallejo, en este poema XLIX, evalúa su obra como efecto de una familia poco equidistante: la razón y la verdad. Algunos indican que esas palabras se muestran como sinónimas, como un desplazamiento de la escritura sobre el cuerpo ya hastiado y derrotado (esa es la palabra en el poema), cuando en verdad, el escritor peruano pa- rece redoblar la apuesta entre la idea “alta” de verdad, y por ser tan alta es ilegible, y la noción “baja” de razón, que pone al poeta dentro de una exhibición de mezquindades terrenales, además de la impotencia de cambiar el curso de los acontecimientos que lo acechaban (la miseria, la ausencia de la amada, la desdicha como una prórroga inexpli- cable del martirio moderno, la enfermedad, etc.).
Y finalmente, el símbolo que aglutina todo en este texto es la guardarropía, que es una especie de almacén de prendas de vestir y accesorios que se utilizan para las represen- taciones y rodajes de teatro, o de cine. Allí Vallejo anticipa lo inevitable: ése es su lugar para dejar las ropas del pasado (como hojas blancas de un libro que se va esparcien- do) o para dejar definitivamente el ropaje del presente. Es el llamado a la despedida con una fuerza donde la rebeldía (la idea de facción, y esa desproporción estética de comprenderse como una persona ciega de nacimiento) no se desarrolla nunca. Más aún, con su verso final (“Y hasta el hueso!”), Vallejo llama a esa desnudez que sólo se consigue con la pudrición de la carne, donde no hay verbo que asimile la frase hacia adelante, porque la estructura, allí, en su ritmo ilógico, ya no requiere de nexo alguno.
Trilce XLIX
1. Murmurado de inquietud, cruzo, el traje largo de sentir, los lunes
de la verdad.
Nadie me busca ni me reconoce,
5. y hasta yo he olvidado
de quien seré.
Cierta guardarropía, só1o ella, nos sabrá a todos en las blancas hojas
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