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LII
SIEN EN
cifra. “El cinco sostiene en sus brazos al dos”. Madre e hijo. La ambigüedad romántica de ese alegre despertar que despunta entre los humos de los bohíos promete acometer las cometas azulinas para ascender a un cielo sin final. Madre e hijo. La puerilidad poética que le toma el pelo al pelón decúbito, que se ríe y añora lo que no llegó. Que la cólera cantarina materna no aplace el despertar.
Tesis
Saciados aún de cenizas, nadie aguardaba nada de aquel 1922, annus mirabilis. Ulises alucina con la Elegía del Duino, en tanto remonta el río Rilke con sus efectos retardados. Desde la buena Viena, el Tractatus trepa la trinchera y llega hasta Trilce. De lo que no se ha de hablar, es mejor... aullar. Y sin mediar distancia, del desierto vallejiano el viajero hizo suyo the last land, de Mr. Eliot. Une ecrivain peruvien en París y el metódico de Missouri en Londres. Vasos comunicantes. El delgado hilo rojo que recorre, tose y descose el destierro. Uno y otro acuden al llamado de la naturaleza para desnudar la existencia en su precoz esencia: ser agua. En el retorno de las alturas a la tierra, en el terror, Vallejo invoca con su canto a la lluvia y Eliot a la voz del rayo. No toda es vigilia. “Datta. Dayadham. Damyata”: sin creer en el sánscrito, el inglés lo consagra como “Da. Compadece. Controla”. En la otra orilla, tras la cordillera, Trilce responde “en la costa aún sin mar”, para coincidir también en la vena védica con “Shantih shantih shantih”: “una paz que va más allá de nuestro entendimiento”. No se citan, se encintan sin saberlo y se complementan. La misma Muerte construye su misteriosa materia en un presente continuo e inmortal y de la directa confrontación de los fragmentos con las propias ruinas surge la mejor fotografía de la desolación: lugar y tiempo. No es revolviendo las cenizas como aprendemos del fuego. Entonces “Vallejo dice hoy la Muerte está soldando cada / lindero a cada hebra de cabello perdido” (LV, vv. 3, 4). Vallejo dice del cabello. El cuerpo humano, ese ornamento baldío y estéril, como lo es el cabello perdido. No es en balde. Se reitera la referencia: “Y llegas muriendo de risa le tomas el pelo al pelón decúbito / que hoy otra vez olvida dar los buenos días, esos sus días, buenos con b de baldío.” No todo aullido resulta desolador en el destierro: más terrible aún es arribar muriendo de risa a un territorio yermo.
Demostración
Me moriré en París con aguacero, Un día del cual ya tengo el recuerdo.
Que no desespere el despierto.
París, clínica Arango, primavera de 1938.
Escondido entre los escombros de las sombras, el poeta se precipita en la incómoda camita de ese hospital despojado e inhóspito. Los truenos atormentan los recuerdos, treman sus manos mestizas de arcilla, se diluyen en el lodo sin alcanzar “el
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