Page 33 - libro Antología cuentos 2020 La Balandra.indd
P. 33
dentro de ese ruido, otro, diferente, algo que se quebraba. El Fino volvió a
gemir. Volvió a tironear como para zafarse. Tenía hilos de baba alrededor
del hocico. Ya casi no lo podía sostener.
Entonces oyó las pisadas. Claras. Una, y otra, y otra. Sobre el ras-
trojo seco. Cerca. Muy cerca. Delante de él. A tiro. Ahí ta, dijo. Ahí ta. Y
cuando se levantó un poco para mirar, el Fino se le escapó de un salto y
salió para un costado. ¡Fino!, gritó. Y lo vio irse para el lado de los alam-
brados. Perro del carajo, dijo, cuando desapareció en el maíz. Se paró
como pudo y agarró el máuser con las dos manos. Tenía las piernas entu-
mecidas. No sentía los pies. Le dolían los huesos del pecho. Avanzó hacia
el ruido. Lo que le daba el cuerpo. Cada vez más rápido. Abría el maíz con
un brazo y con el otro sostenía perpendicular el máuser. A la distancia oía
los ladridos lastimeros del Fino. Incomprensiblemente lejos. Las pisadas
iban delante de él. Corrían delante de él. El maíz le golpeaba la cara, lo
lastimaba, pero él no lo sentía. Quería alcanzarlo. Como fuera. Aunque le
costara un ojo o una pierna. Ni siquiera se dio cuenta de que en la carrera
iba haciendo una curva amplia, y volvía al lugar desde dónde había salido.
Después de una hondonada que cruzó a los saltos, se clavó como
una estaca. Desgracia de chancho, dijo, en un bufido. Le pareció tenerlo
frente a él, contra un embrollo de plantas caídas. Avanzó despacio. La
oscuridad no era total. Era un gris espeso, arenoso, que dejaba ver una
forma. Una figura casi definida. Se calzó el máuser en el hombro y apun-
35