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Echa el ancla: «Busco la felicidad»
El tesoro enterrado
Una noche, mientras dormía, el piadoso y fiel rabino Ei- —¡Mi pobre amigo! ¿De verdad? —dijo el capitán—. ¿Y
sik, de Cracovia, tuvo un sueño; el sueño le ordenaba has gastado tu calzado viniendo hasta aquí por un sue-
que se dirigiese a Praga, la lejana capital bohemia, don- ño? ¿Quién en sus cabales creería en un sueño? Pues
de descubriría un tesoro oculto, enterrado bajo el prin- te voy a decir una cosa: si yo creyese en los sueños,
cipal puente que conducía al castillo de los reyes bohe- ahora mismo estaría haciendo exactamente al revés. Ha-
mios. El rabino se sorprendió, pero dejó el viaje para más bría hecho la misma peregrinación que tú, solo que en
tarde. Sin embargo, se repitió el sueño otras dos veces. la dirección contraria, aunque sin duda con el mismo re-
Tras la tercera llamada, lio los bártulos valerosamente y sultado. Deja que te cuente mi sueño.
se puso en camino.
Era un oficial amable a pesar de su fiero aspecto, y el
rabino sintió simpatía hacia él. Analizo
—He soñado —dijo el oficial de la guardia, bohemio, cris-
tiano— que una voz me hablaba de Cracovia, y me or-
denaba que fuese allí y buscara un gran tesoro que ha-
bía en casa de un rabino judío llamado Eisik, hijo de Je-
kel; que encontraría el tesoro enterrado en un sucio rin-
cón detrás de la estufa. ¡Eisik, hijo de Jekel! —volvió a
reír el capitán con los ojos chispeantes—. Imagínate: ¡ir
a Cracovia… y ponerme a derribar las paredes de
todas las casas del gueto: porque la mitad de los hom-
bres se llamarán sin duda Eisik y la otra mitad Jekel! ¡Ei-
sik, hijo de Jekel, nada menos! —y siguió riéndose de
esta broma maravillosa. Valoro
El modesto rabino escuchó con atención; luego, tras una
Al llegar a Praga, el rabino Eisik se encontró con que ha- profunda inclinación, y dar las gracias a su desconoci-
bía centinelas en el puente, y que lo custodiaban día y do amigo, emprendió a toda prisa el largo regreso a su
noche; así que no se atrevió a cavar. Se limitó a ir cada casa, cavó en el rincón abandonado de la estufa, y en-
mañana a merodear por el lugar hasta el anochecer, mi- contró un tesoro que puso fin a su miseria. Y con una
rando el puente, observando a los centinelas y estudian- parte del dinero, erigió una casa de oración que aún hoy
do discretamente la albañilería y el suelo. Por último el lleva su nombre.
capitán de la guardia, extrañado ante la persistencia de Martin Buber, Cuento jasídico.
este anciano, se acercó a él y le preguntó cortésmente
si había perdido algo, o si quizá esperaba la llegada de
alguien. El rabino Eisik le contó con sencillez y confian-
Decido y actúo
za el sueño que había tenido. El oficial se echó hacia
atrás con una carcajada.
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