Page 359 - Dune
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otro escudo para el hombre. ¡Y aquel gladiador era fuerte! La hoja corta se acercaba
inexorablemente, y Feyd-Rautha se dio cuenta de pronto de que un hombre podía
morir también a causa de una hoja no envenenada.
—¡Canalla! —jadeó Feyd-Rautha.
A la palabra clave, los músculos del gladiador se relajaron por un breve instante.
Fue suficiente para Feyd-Rautha. Abrió entre ellos el espacio suficiente para el arma
larga. Su punta envenenada trazó un surco rojo en el pecho del esclavo. La agonía del
veneno fue instantánea. El hombre se apartó de él y retrocedió, vacilante.
Ahora, que mi querida familia observe, pensó Feyd-Rautha. Que todos crean que
este esclavo ha estado a punto de volver contra mí el arma envenenada. Que se
pregunten cómo un gladiador ha podido entrar en la arena preparado y dispuesto
para una tal tentativa. Y que nunca sepan con certeza cuál de mis manos lleva el
veneno.
Feyd-Rautha se inmovilizó en silencio, observando los torpes movimientos del
esclavo. El hombre avanzaba con una consciente vacilación. Todos podían leer
claramente en su rostro. La muerte estaba escrita en él. El esclavo sabía lo que le
había ocurrido y cómo le había ocurrido. El arma larga era la que llevaba el veneno.
—¡Tú! —gimió el hombre.
Feyd-Rautha retrocedió para dejar espacio a la muerte. La droga paralizante del
veneno aún no había hecho todo su efecto, pero los movimientos cada vez más lentos
del hombre indicaban su progresión.
El esclavo titubeó hacia adelante, como tirado por un invisible hilo… un trabajoso
paso, luego otro. Cada paso era el único paso en su universo particular. No había
soltado su cuchillo, pero su punta temblaba.
—Un día… uno de… nosotros… te… despedazará —balbuceó.
Una pequeña mueca triste contorsionó su boca. Cayó sentado al suelo, se
derrumbó completamente, se envaró y rodó lejos de Feyd-Rautha, con el rostro contra
el suelo.
Feyd-Rautha avanzó en la silenciosa arena, puso un pie bajo el gladiador y lo giró
boca arriba para que todos, desde las gradas, pudieran ver las convulsiones de su
rostro mientras el veneno iba actuando. Pero el cuchillo del gladiador estaba
profundamente enterrado en su pecho.
A despecho de la frustración, Feyd-Rautha tuvo que admirar el esfuerzo que había
tenido que hacer el esclavo para vencer su parálisis y hundirse el cuchillo en su
propio cuerpo. Y al mismo tiempo comprendió que aquello era verdaderamente lo
que tenía que temer.
Es terrible lo que hace de un hombre un superhombre.
Mientras se concentraba en este pensamiento, Feyd-Rautha tomó consciencia del
clamor que había estallado en las gradas y en los palcos a su alrededor. Todos
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