Page 416 - Dune
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máscara de color de la especia.
—Nos han negado el Hajj —dijo Stilgar, con la solemnidad ritual.
Y Paul respondió, tal como le había enseñado Chani:
—¿Quién puede negar a un Fremen el derecho a caminar o cabalgar donde él
quiera?
—Yo soy un Naib —dijo Stilgar—, nadie podrá tomarme vivo. Soy un pie del
trípode de la muerte que destruirá a nuestros enemigos.
El silencio cayó sobre ellos.
Paul echó una ojeada a los otros Fremen, inmóviles sobre la arena, más allá de
Stilgar, inmersos en su personal plegaria. Y pensó que los Fremen eran un pueblo
cuya vida consistía en matar, todo un pueblo que había vivido siempre en la rabia y
en el dolor, sin pensar nunca que pudiera existir otra cosa… excepto el sueño que les
había dado Liet-Kynes antes de morir.
—¿Dónde está el Señor que nos ha conducido a través de los desiertos y de los
abismos? —preguntó Stilgar.
—Está siempre con nosotros —entonaron los Fremen.
Stilgar se irguió, avanzó hacia Paul y bajó su voz.
—Ahora, recuerda todo lo que te he dicho. Debes actuar simple y directamente…
sin ninguna fantasía. Toda nuestra gente cabalga a los hacedores a la edad de doce
años. Tú tienes seis años más, y no has nacido para esta vida. No tienes que
impresionar a nadie con tu valor. Sabemos que eres valeroso. Tan sólo debes llamar al
hacedor y cabalgarlo.
—Lo recordaré —dijo Paul.
—Cuento con ello. No deseo que la vergüenza caiga sobre tu maestro.
Stilgar extrajo una varilla de plástico de aproximadamente un metro de largo de
entre sus ropas. Estaba aguzada por un extremo, y el otro tenía un mecanismo a
resorte.
—He preparado yo mismo este martilleador. Es bueno. Tómalo.
Paul sintió en su mano la superficie lisa y elástica del plástico y aceptó el
martilleador.
—Shishakli tiene tus garfios de doma —dijo Stilgar—. Te los dará apenas estés
en aquella duna, allá —señaló a su derecha—. Llama a un hacedor grande, Usul.
Muéstranos el camino.
Paul notó el tono de la voz de Stilgar… ritual y a medias preocupada por la suerte
de un amigo.
En aquel instante, el sol pareció saltar sobre el horizonte. El cielo adquirió el tinte
gris plateado que anunciaba un día de extremado calor y sequedad incluso para
Arrakis.
—He aquí el día ardiente —dijo Stilgar, y ahora su voz era enteramente ritual—.
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