Page 448 - Dune
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caverna.
—¡Muad’Dib! ¡Muad’Dib! ¡Muad’Dib!
Otros ojos habían visto también a Paul. Un cuchillo negro silbó hacia él. Paul lo
esquivó, y oyó la hoja chasquear contra la piedra tras él, viendo como Gurney se
inclinaba para recogerlo.
Los triángulos de los atacantes estaban siendo rechazados ahora.
Gurney alzó el cuchillo frente a los ojos de Paul, señalando la espiral amarilla
Imperial, el crestado león dorado de multifacetados ojos en la empuñadura.
Sardaukar, sin la menor duda.
Paul avanzó sobre la plataforma. Sólo tres de los Sardaukar seguían en pie.
Cuerpos sangrantes yacían por toda la caverna.
—¡Quietos! —gritó Paul—. ¡El Duque Paul Atreides os ordena que os detengáis!
Los combatientes oscilaron, vacilaron.
—¡Vosotros, Sardaukar! —llamó Paul al grupo que quedaba—. ¿Bajo que
órdenes amenazáis la vida de un Duque reinante? —y rápidamente, mientras sus
hombres seguían acosando a los Sardaukar—: ¡Quietos he dicho!
Uno de los componentes del acorralado trío se irguió.
—¿Quién dice que somos Sardaukar? —preguntó.
Paul tomó el cuchillo de manos de Gurney y lo levantó.
—Esto dice que sois Sardaukar.
—Entonces, ¿quién dice que tú eres un Duque reinante? —preguntó el hombre.
Paul hizo un gesto hacia sus Fedaykin.
—Estos hombres dicen que yo soy un Duque reinante. Vuestro propio Emperador
entregó Arrakis a la Casa de los Atreides. Yo soy la Casa de los Atreides.
El Sardaukar permaneció en silencio, inquieto.
Paul estudió al hombre: alto, de rasgos poco acusados, con una pálida cicatriz
cruzándole su mejilla izquierda. Había rabia y confusión en sus ademanes, pero
persistía en él aquel orgullo sin el cual un Sardaukar estaba como desnudo… y con el
cual llevaba un muy identificable uniforme.
Paul lanzó una mirada a uno de sus lugartenientes Fedaykin.
—Korba, ¿cómo han conseguido sus armas? —dijo.
—Llevaban cuchillos en fundas astutamente disimuladas en sus destiltrajes —dijo
el lugarteniente.
Paul examinó los muertos y los heridos en la caverna, dedicando luego su
atención al lugarteniente. No había necesidad de palabras. El lugarteniente inclinó la
mirada.
—¿Dónde está Chani? —preguntó Paul, y contuvo el aliento en espera de la
respuesta.
—Stilgar la ha sacado de aquí —señaló con la cabeza hacia el otro pasadizo,
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