Page 501 - Dune
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—Tengo un mensaje para que lo entregues al Emperador —dijo Paul. Y
pronunció sus palabras en la antigua fórmula—: Yo, Duque de una Gran Casa,
consanguíneo del Emperador, hago juramento solemne bajo la Convención. Si el
Emperador y su gente deponen las armas y vienen a mí, garantizaré sus vidas con la
mía propia. —Alzó la mano izquierda para que el Sardaukar pudiera ver el sello ducal
—. Lo juro por esto.
El Sardaukar se humedeció los labios con la lengua y miró a Gurney.
—Sí —dijo Paul—. ¿Quién, si no un Atreides, podría asegurarse la fidelidad de
Gurney Halleck?
—Llevaré el mensaje —dijo el Sardaukar.
—Acompáñalo hasta nuestro puesto más avanzado y déjalo ir —dijo Paul.
—Sí, mi Señor. —Gurney hizo un gesto a los guardias para que obedecieran, y
salió.
Gurney se volvió hacia Stilgar.
—Chani y tu madre han llegado —dijo Stilgar—. Chani ha pedido estar un
tiempo sola con su dolor. La Reverenda Madre ha permanecido un instante en la
cámara extraña. No sé por qué.
—Mi madre siente nostalgia de ese planeta que sabe no volverá a ver nunca más
—dijo Paul—. Donde el agua cae del cielo y las plantas crecen tan densas que es
imposible caminar entre ellas.
—Agua del cielo —susurró Stilgar.
En aquel instante, Paul vio en lo que Stilgar se había transformado, de un naib
Fremen en una criatura del Lisan al-Gaib, un receptáculo de estupor y obediencia.
Era un hombre disminuido, y Paul vio en él el primer soplo del fantasmal viento del
Jihad.
He visto a un amigo convertirse en un adorador, pensó.
Sintiendo una repentina impresión de profunda soledad, Paul paseó su mirada por
la estancia, notando cómo los guardias se habían ajustado sus ropas y dispuesto como
para revista en su presencia, en una especie de competición entre ellos… con la
esperanza de atraer la atención de Muad’Dib.
Muad’Dib, del que nace toda bendición, pensó, y aquel fue el pensamiento más
amargo de su vida. Están convencidos de que me apoderaré del trono, pensó. Pero no
saben que lo hago únicamente para evitar la jihad.
Stilgar carraspeó.
—Rabban también está muerto —dijo.
Paul asintió.
Los guardias de su derecha se pusieron repentinamente firmes, dejando paso a
Jessica. Iba vestida con un aba negro, y parecía que anduviera aún sobre la arena,
pero Paul notó cómo aquella casa le había devuelto un algo de cuando había vivido
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