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AUTOR                                                                                               Libro
                     —Yo todavía quiero ir, pero si prefieres retirarte, Mike...
                     —No, yo voy —le interrumpió Mike—. Sólo estaba pensando en Angela y Ben.
               Vamos.
                     Comenzó a andar hacia su vehículo, pero yo le pregunté:
                     —¿Te   importa   que  conduzca  Jacob,   Mike?  Se   lo   prometí   porque   acaba  de
               terminar su coche. Lo ha hecho con sus propias manos partiendo de cero —alardeé,
               orgullosa como una mamá de la Asociación de Padres de Alumnos cuyo hijo figura
               en la lista del director.
                     —Estupendo —espetó Mike.
                     —En ese caso, vamos —dijo Jacob, como si eso lo arreglara todo. Era el que
               parecía más cómodo de los tres.
                     Mike se subió al asiento trasero del Golf con cara de enfado.
                     Jacob siguió con su alegría congénita y no dejó de parlotear hasta que no pude
               hacer otra cosa que olvidar a Mike, que se iba enfurruñando calladamente en el
               asiento de atrás.
                     Luego, cambió de estrategia. Se inclinó hacia delante hasta apoyar el mentón
               sobre el hombro del asiento, con su mejilla rozando la mía. Me giré hasta acabar de
               espaldas a la ventanilla para alejarme. Entonces, interrumpió a Jacob a media frase
               para preguntar con tonillo petulante:
                     —¿No funciona la radio de este trasto?
                     —Sí —contestó Jacob—, pero a Bella no le gusta la música.
                     Miré a Jake sorprendido. Yo nunca se lo había dicho.
                     —¿A Bella? —preguntó Mike atónito.

                     —Tiene razón —murmuré sin dejar de mirar el sereno semblante de Jacob.
                     —¿Cómo no te va a gustar la música? —inquirió Mike.
                     —No sé —me encogí de hombros—. Es sólo que... me molesta.
                     —Bah.
                     Mike se echó hacia atrás.
                     Jacob me entregó un billete de diez dólares cuando llegamos al cine.
                     —¿Y esto por qué? —objeté.
                     —No tengo la edad necesaria para entrar en este cine sin la compañía de un
               adulto.
                     Me reí con ganas.
                     —Y a propósito de los parientes adultos... ¿Va a matarme Billy si te meto de
               tapadillo a ver esta película?
                     —No, le dije que planeabas corromper la inocencia de mi juventud.
                     Me reí por lo bajo. En ese momento Mike apresuró el paso para darnos alcance.
                     Casi habría preferido que Mike hubiera optado por retirarse. Seguía de morros
               y sin participar en el grupo, pero tampoco quería que la noche terminara en una cita
               a solas con Jacob. Y aquella actitud suya no ayudaba en nada.
                     La película era exactamente lo que decía ser. Cuatro personas salían despedidas
               por los aires y otra resultaba decapitada en los títulos. La chica del asiento de delante
               se cubrió en ese momento los ojos con la mano y hundió la cabeza en el pecho de su




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