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AUTOR Libro
Amigos
No fue necesario esconder las motos, simplemente bastó con colocarlas en el
cobertizo de Jacob. La silla de ruedas de Billy no tenía posibilidades de maniobrar
por el terreno desigual que se extendía hasta la casa.
Jacob comenzó de inmediato a desmontar en piezas la moto roja, la que sería
mía. Abrió la puerta del copiloto del Golf de modo que pudiera acomodarme en el
asiento en vez de tener que hacerlo en el suelo. Mientras trabajaba, Jacob parloteó
felizmente sin que yo tuviera que esforzarme mucho para mantener viva la
conversación. Me puso al corriente sobre cómo le iban las cosas en su segundo año de
instituto, y me contó todo sobre sus clases y sus dos mejores amigos.
—¿Quil y Embry? —le interrumpí—. Son nombres bastantes raros.
Jacob rió entre dientes.
—Quil es el nombre de una prenda usada y creo que Embry consiguió su
nombre de una estrella de un culebrón. Pero no se les puede decir nada. Se lo toman
mal si mencionas el tema, ¡y se te echan encima después!
—Buenos amigos, entonces —enarqué una ceja.
—No, sí que lo son. Sólo que no te metas con sus nombres.
En ese momento, se escuchó una llamada en la distancia.
—¿Jacob? —gritó una voz.
—¿Ése es Billy? —pregunté.
—No —Jacob dejó caer la cabeza y pareció sonrojarse bajo su piel morena—.
Mienta al diablo —masculló—, y el diablo aparecerá.
—¿Jake? ¿Estás ahí?
La voz se oyó más cerca.
—¡Sí! —Jacob devolvió el grito y luego suspiró.
Esperamos durante un breve lapso de tiempo hasta que dos chicos altos de piel
oscura dieron la vuelta a la esquina y llegaron al cobertizo.
Uno era enjuto y casi tan alto como Jacob. El pelo negro le llegaba hasta la
barbilla y tenía la raya en medio. Un mechón le caía suelto a un lado de la cara y el
otro lo llevaba remetido detrás de la oreja. El más bajo también era más corpulento.
Su camiseta blanca se ceñía a su pecho bien desarrollado y desde luego se le notaba
lo feliz que eso le hacía. Llevaba el pelo corto, a la moda.
Ambos se detuvieron de golpe en cuanto me vieron. El chico delgado deslizó la
mirada rápidamente de Jacob a mí, y el más musculoso no dejó de observarme
mientras una sonrisa se extendía lentamente por su rostro.
—Hola, chicos —Jacob los saludó con pocas ganas.
—Hola, Jake —contestó el más bajo, sin apartar la vista de mí. Tuve que
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