Page 31 - El Alquimista
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su sueño. Ahora el tesoro era un recuerdo siempre doloroso y él trataba en la
medida de lo posible de evitarlo.
—Yo aquí no conozco a nadie que quiera atravesar el desierto sólo para ver
las Pirámides —replicó el Mercader—. No son más que una montaña de
piedras. Tú puedes construirte una en tu huerto.
—Usted nunca soñó con viajar —dijo el muchacho mientras iba a atender
a un nuevo cliente que entraba en la tienda.
Dos días después el viejo buscó al chico para hablar de la estantería.
—No me gustan los cambios —le dijo—. Ni tú ni yo somos como Hassan,
el rico comerciante. Si él se equivoca en una compra, no le afecta demasiado.
Pero nosotros dos tenemos que convivir siempre con nuestros errores.
«Es verdad», pensó el chico.
—¿Por qué quieres hacer la estantería? —preguntó el Mercader.
—Quiero volver lo más pronto posible con mis ovejas. Tenemos que
aprovechar cuando la suerte está de nuestro lado, y hacer todo lo posible por
ayudarla, de la misma manera que ella nos está ayudando. Se llama Principio
Favorable, o «suerte del principiante».
El viejo permaneció algún tiempo callado. Después dijo:
—El Profeta nos dio el Corán y nos dejó únicamente cinco obligaciones
que tenemos que cumplir en nuestra existencia. La más importante es la
siguiente: sólo existe un Dios. Las otras son: rezar cinco veces al día, ayunar
en el mes del Ramadán, hacer caridad con los pobres...
Se interrumpió. Sus ojos se llenaron de lágrimas al hablar del Profeta. Era
un hombre fervoroso y, a pesar de su carácter impaciente, procuraba vivir su
vida de acuerdo con la ley musulmana. —¿Y cuál es la quinta obligación? —
quiso saber el muchacho.
—Hace dos días me dijiste que yo nunca sentí deseos de viajar —repuso el
Mercader—. La quinta obligación de todo musulmán es hacer un viaje.
Debemos ir, por lo menos una vez en la vida, a la ciudad sagrada de La Meca.
»La Meca está mucho más lejos que las Pirámides. Cuando era joven,
preferí juntar el poco dinero que tenía para poner en marcha esta tienda.
Pensaba ser rico algún día para ir a La Meca. Empecé a ganar dinero, pero no
podía dejar a nadie cuidando los cristales porque son piezas muy delicadas. Al
mismo tiempo, veía pasar frente a mi tienda a muchas personas que se dirigían
hacia allí. Algunos peregrinos eran ricos, e iban con un séquito de criados y
camellos, pero la mayor parte de las personas eran mucho más pobres que yo.
»Todos iban y volvían contentos, y colocaban en la puerta de sus casas los