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Los días pasaron. Y así, sin darse cuenta, la
pancita de mamá crecía y crecía, tanto que ni se
podía tocar los pies los últimos días.
Todo estaba preparado: Cuna, bañera, ropita,
pañales, biberones... Y en especial, los brazos
estaban ejercitados para cargarlo todo el día,
llenarlo de besos y decirle al oído lo mucho que lo
aman.
Pero, mientras ellos se preparaban para ser
papás, el mundo vivía algo no habitual.