Page 20 - Enamórate de ti
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Haz  el  esfuerzo  y  concéntrate  durante  una  semana  o  dos  en  los  matices.  No  te  apresures  a
  categorizar de manera terminante. Detente y piensa si realmente lo que dices es cierto. Revisa tu

  manera de señalar y señalarte; no seas drástico. Busca a tu alrededor personas a las cuales ya tienes
  catalogadas y dedícate a cuestionar el cartel que les colgaste; busca evidencia en contra, descubre
  los puntos medios y, cuando las reevalúes, evita utilizar las palabras siempre, nunca, todo  o nada.
  Tal como decía un reconocido psicólogo, no es lo mismo decir: “Robó una vez” que decir: “Es un
  ladrón”.  Las  personas  no  sólo son,  también se comportan. Ya  es  hora  de  que  vuelvas  añicos  tu

  rigidez, porque la intransigencia genera odio y malestar.
        Estos indicadores pueden servirte a manera de resumen:


        a) Trata de no ser perfeccionista. Desorganiza un poco tus horarios, tus ritos, tus recorridos, tu

              manera  de  disponer  las  cosas;  hazlo  como  un  juego,  a  ver  qué  pasa.  Convive  con  el
              desorden una semana y piérdele el miedo. Descubrirás que todo sigue más o menos igual y
              que tanto ímpetu controlador era una pérdida de tiempo.
        b) No rotules ni te autorrotules. Intenta ser benigno, especialmente contigo mismo. Habla sólo
              en términos de conductas cuando te refieras a alguien o a tu “yo”.

        c) Concéntrate en los matices. Piensa más en las opciones y en las excepciones a la regla. La
              vida está compuesta de tonalidades, más que de blancos y negros.
        d)  Escucha  a  las  personas  que  piensan  distinto  de  ti.  Esto  no  implica  que  debas

              necesariamente  cambiar  de  opinión,  simplemente  escucha.  Deja  entrar  la  información  y
              luego decide.


  Recuerda:  si  eres  inflexible  y  rígido  con  el  mundo  y  las  personas,  terminarás  siéndolo  contigo
  mismo. No te perdonarás la mínima falla; serás tu propio verdugo.




  2. Revisa tus metas y las posibilidades reales para alcanzarlas


  ¡Por favor, no te coloques metas inalcanzables! Exígete a ti mismo de acuerdo con tus posibilidades y
  capacidades  reales.  Si  te  descubres intentando  subir  algún  monte  Everest  y  te  estás  angustiando,
  tienes dos opciones racionales: cambiar de montaña o disfrutar del paseo. Cuando definas alguna
  meta, también debes definir los escalones o las submetas. Intenta disfrutar, “paladear”, subir cada
  peldaño, como si cada uno fuera un gran objetivo en sí mismo, independiente de la máxima cima. No

  esperes hasta llegar al final para descansar y sacarle gusto al trajín o a la lucha. Busca estaciones
  intermedias y piérdete un rato en ellas, en los recovecos y los caminos que no conducen a Roma.
  Escribe tus metas, revísalas, cuestiónalas y descarta aquellas que no sean vitales ni te lleguen desde

  dentro. La vida es muy corta para que la desperdicies en un devenir incierto o impuesto por ideales
  que no te nacen del alma o son impuestos desde fuera y ajenos a tu ser.
        Recuerda: si tus metas son inalcanzables, vivirás frustrado y amargado. Nadie te soportará, ni
  tú mismo.




  3. No observes en ti sólo lo malo


  Si sólo te concentras en tus errores, no verás tus logros. Si sólo ves lo que te falta, no disfrutarás del
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