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Fui feliz, pues era nombrada y admirada por todo quien me
conocía, era por fin la diosa que siempre había querido
ser. Pero la felicidad es un estado momentáneo y aunque era
libre y podía decidir a quién susurrarle ideas para
escribir, también sabía que le había otorgado erróneamente
mis fragmentos de creación a humanos con el corazón tan
duro como una roca.
Empezaron a imponer su libro santo con una cantidad absurda
de parámetros que las personas del pueblo con menos suerte
estaban obligadas a seguir o en cambio habría un final para
quien se negara y no solo para ellos sino también para su
familia y descendencia.