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EL ROCÍO DEL ESPÍRITU
omos cristianos por la venida del Espíritu
S Santo, que recibimos en el bautismo.
El bautismo es el primero y el más grande de
los sacramentos. Por el bautismo renacemos
a una vida nueva. Somos hijos en el Hijo. Y, en
consecuencia, todos somos hermanos. He aquí la novedad de Pentecostés.
Jesús lo dijo bien claro en el Evangelio. Se trata de un verdadero nacimiento.
Pero espiritual. Fruto de la acción del Espíritu Santo en el corazón del
bautizado. No se trata de un nacimiento físico o corporal. Sino sacramental.
He aquí las palabras de Jesús a Nicodemo.
“En verdad, en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede
ver el Reino de Dios”. Nicodemo le pregunta: “¿Cómo puede nacer un hombre
siendo viejo? ¿Acaso puede por segunda vez entrar en el vientre de su madre y
nacer? Jesús le contestó: En verdad, en verdad te digo: El que no nazca de agua y
Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” ((Jn 3,3-5).
A través de toda nuestra vida el germen o semilla de la gracia
bautismal tiene que ir creciendo. La vida del cristiano supone
una andadura en pos de Cristo. Jesús fue muy elocuente en su
predicación. El evangelista Lucas lo dice con radicalismo:
“Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue
a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el
que quiera salvar su vida la perderá; pero el que
pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le
sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o
se arruina a sí mismo? (Lc 9,23-25).
San Pablo expone los criterios de
una vida cristiana. No hay que
dejarse llevar por los principios
del mundo o por los instintos
perversos del hombre viejo. Vivir
como cristianos significa darse
seriamente a la santidad: “Ahora,
liberados del pecado y hechos
esclavos de Dios, dais frutos para la
santidad que conducen a la vida eterna”
(Rm 6,22).