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Además, la oración no es algo que depende de un comportamiento extra, mejor, o

            de una espiritualidad extra. No es algo que depende de nosotros. La Biblia es clara
             en afirmar que en la faz de la Tierra “no hay justo, ni aun uno” (Romanos 3:10). Al
             contrario, la bondad de Dios depende exclusivamente de su gracia (Efesios 2:8).

            La oración es un proceso comunicativo de doble mano, descripto cabalmente por
                David: “de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti, y
           esperaré” (Salmo 5:3). Podemos destacar dos aspectos de la expresión davídica con

              relación a la oración: le hablamos a Dios y él nos habla. Esa verdad fue también
           realzada por el profeta Jeremías: “Clama a mí, y yo te responderé” (33:3). De modo
             que la oración es una conversación con Dios, que requiere tiempo y disposición.
                                          Pero, ¿cómo oír la voz de Dios?

                ¿Cómo oír la voz de Dios? Para esta pregunta la respuesta es sencilla y directa:

               Necesitamos dedicar tiempo de calidad y cantidad a la oración; en ese proceso,
             nuestra disposición irá mejorando. Solo así tendremos condiciones de discernir la voz
                                                          de Dios.

                                                              La asistencia a la iglesia o el trabajo formal

                                                               o informal en la iglesia, no tendrán poder
                                                               para afectar la espiritualidad personal o
                                                                lugar dentro de casa por medio de (1)
                                                                 familiar si no se busca a Dios en primer

                                                              comunión particular de cada miembro de
                                                                   la familia y (2) del culto familiar, un
                                                              momento bien corto, todos juntos (ningún
                                                             miembro de la familia con permiso especial
                                                                 para quedarse en cama o faltar), dos

                                                              veces por día (mañana y tarde), para orar,
                                                                 cantar, estudiar algo relacionado a la
                                                                             Palabra de Dios.

                                                                 En la casa de mis padres, eso era más
                                                              importante que la comida, el estudio o los
                                                              juegos, y también las visitas entendían que
                                                             estaban incluidas. Lo mismo en los viajes, se

                                                                detenía el auto en el horario del culto;
                                                               porque si Dios no es el primero y el último,
                                                                         no ocupa ningún lugar.
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