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SARS-COV-2, ODISEA DE SER MÉDICO.



                  Como toda buena historia regresaré en el tiempo  para recordar el
               evento que definió mi rumbo hacia la medicina. A la edad de 14 años mi
               deseo de ayudar a los demás como médico surgió de una forma inusual;
               no soy hija de médicos ni había tenido cercanía con un hospital o nada
               parecido, si hubiera podido elegir la razón del despertar de mi vocación
               sería algo menos impactante para mí. Mi hermana pequeña enfermó gra-
               vemente cuando tenía tan solo 3 años de edad; se trataba de una patología
               de resolución quirúrgica que erróneamente se diagnosticó como algo clí-
               nico y fue enviada a casa con analgésicos, pero claro eso lo sé ahora.
               Estuvo dos días en cama sin ningún indicio de mejoría, sus ojos deno-
               taban sufrimiento y suplicaban ayuda. Me sentía impotente, mi corazón
               exclamaba que algo iba mal y que debía ayudarla; pese a mi falta de
               conocimiento en el tema y con mucha valentía, me dirigí hacia un médico
               y le solicité una evaluación para mi pequeña hermana. La intervinieron
               quirúrgicamente ese mismo día por una peritonitis secundaria a apendi-
               citis, fue la primera de cuatro cirugías, luego de las cuales lograron salvar
               su vida. Sin lugar a duda mi sentido de ayuda había nacido, el mismo que
               definió mi vida y le dio un propósito.

                  Ya en la universidad, y luego de seis años de estudio de pregrado
               acompañados de dedicación y perseverancia, mi sueño de vestir la bata
               blanca se había cumplido; pero con mi graduación como médico general,
               el verdadero reto estaba por comenzar.
                  La vida te impone desafíos, metas cada vez más altas y elegí ese ca-
               mino sin dudas; para orgullo de mi familia obtuve una beca para cursar
               un posgrado en la ciudad de Guayaquil, serían tres años lejos de casa,
               pero me sentía motivada y ansiosa por comenzar.

                  En diciembre de 2019, algo inusual empezó a suceder; las noticias
               internacionales advertían al mundo entero que en la ciudad de Wuhan
               (China), se reportaron casos de neumonía viral; rápidamente se identificó
               el agente etiológico, se trataba de un nuevo coronavirus, que se denominó
               SARS-CoV-2, y la enfermedad que causa se nombró Covid-19.
                  La vida del siglo XXI llena de tecnología y facilidades permitió que
               este virus se esparciera rápidamente por todo el mundo. No existieron
               barreras de raza, poder o riqueza que lo detuvieran y en pocas semanas se
               convirtió en una pandemia.
                  En marzo de 2020, el virus llega a Ecuador y la ciudad de Guayaquil
               es la primera y la más afectada; el temor de la población es evidente y los
               casos se empiezan a diagnosticar.
                  El 17 de marzo de 2020 se instauran medidas nacionales con el fin

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