Page 185 - Historia de la civilización peruana contemplada en sus tres etapas clásicas de Tiahuanaco, Hattun Colla y el Cuzco, precedida de un ensayo de determinación de "la ley de translación" de las civilizaciones americanas
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HISTORIA DE LA CIVILIZACION PERUANA 181
Lejos de mantenerse unida a raíz de su triunfo, la coalición
collolupaca se disolvió lastimosamente.
Los Hattun Collas, a título de mayorazgos, lo cual se expresa
mediante el término Hattun tomaron para sí las tierras de la ca-
becera septentrional del lago de Titicaca, con más ciertas tierras
yungas , o sea cálidas, situadas al Norte de Arequipa, las cuales
en nuestros días conservan la designación de Yanqui Collaguas,
y otras cerriles que conservan el de Lari Collaguas; tuvieron su
liada en Hattun Colla, en la marca de Sillustani, su Meca reli-
giosa en la isla de Coati, cuyo nombre tuvo el valor de Coya
Hatta, o tumba de coyas, y su punto de contacto con la mar en la
playa de Quilca, en el término de los valles de Vítor y Siguas.
Los Paucar Collaguas, Sullco Collaguas, o Collas segundones
se establecieron en la sección meridional del lago de Titicaca.
Aquel fué, verosímilmente, el momento en que el aillar de
los Capaes venido de tierras lupacas a la cruzada sobre Tiahua-
naco, al cabo de cierto número de años de permanencia en la co-
marca ribereña del lago maternal de donde fueron oriundos, re-
cuperó las momias de sus camacs fundadores de sus estirpes, depo-
sitadas por el pasado en la isla para ellos sagrada de Titicaca, y
por este simple hecho, su libertad de acción, lo cual les permitió
buscar para sí un nuevo asiento nacional en tierras distintas de
las poseídas por Hattun y Paucar Collaguas.
Lupoaca, y como tal, hijo del Sol, que es como si dijéramos
hijo de un tótem inmensamente superior a los de las restantes
estirpes americanas, el mítico Manco, personero del dicho ayar
de los Capaes, se consideró investido con una misión providencial,
algo así como Pómulo y Numa en los comienzos de la historia
romana.
De aquella poderosa autosugestión dimanaron, a buen seguro,
el firme convencimiento y la inquebrantable resolución que le per-
mitieron, más afortunados que Moisés, ver convertido en realidad
el ensueño creador de civilización para el cual se sintió nacido.