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poder que condicionan no sólo las leyes y las políticas, sino también la economía, la
dinámica social y la vida familiar y comunitaria.
Es preciso desactivar los nocivos estereotipos de género, de modo que a las mujeres no
se les perciba según las pautas de lo que “deberían” hacer sino que se les considere por
lo que son: personas singulares, con sus propios deseos y necesidades. Los pasos hacia
el reconocimiento de la mujer en el ámbito laboral son lentos, pero avanzan. Desde que
nació la necesidad de establecer valores femeninos dentro de la sociedad, el papel de la
mujer ha crecido, aunque lentamente, en todos los sentidos. La mujer actual se hace
respetar, valorar y ocupa ya espacios en la sociedad antes inimaginables. Pero aunque la
mujer haya subido escalones cada vez más altos, todavía sigue siendo perseguida por la
discriminación, por el machismo y, por si eso fuera poco, la mujer es aún víctima de
agresiones sexuales brutales de cualquier tipo y de la violencia de género.
En India, las mujeres todavía son moneda de cambio en transacciones familiares y, en
Pekín, la ONU ha establecido desde 1995, un compromiso de lucha por la igualdad de
oportunidades entre mujeres y hombres. Se trata de un marco para poner fin a la
discriminación de la mujer, en sectores como la salud, la educación, el empleo, la
participación política y los derechos humanos. Algo se ha conseguido, pero el debate
aún continúa y parece que es interminable. La violencia contra las mujeres y niñas en
todas sus formas violencia sexual, maltrato, mutilación genital, muertes violentas, acoso
en redes sociales es la violación de derechos humanos más intensa y transversal, está
en todos los países, culturas y clases sociales. La trata con fines de explotación
sexual afecta especialmente a mujeres y niñas, que caen en esas redes mediante engaño,
coacción o violencia. Los derechos sexuales y reproductivos también están amenazados,
pues se impide a mujeres y niñas decidir sobre su cuerpo y se las castiga si lo hacen.
Los conflictos armados y el auge del extremismo violento las exponen a graves abusos,
como violación, secuestro y esclavitud sexual, y corren especial peligro cuando se ven
forzadas a abandonar su hogar, convirtiéndose en desplazadas o refugiadas. La falta de
acceso en igualdad a la participación en la vida pública y política hace más difícil que
las voces de las mujeres sean escuchadas, y cuando se atreven a defender sus
derechos son perseguidas, amenazadas, agredidas e incluso pagan con su vida.
La impunidad sigue siendo la norma cuando se trata de abusos cometidos contra los
derechos de las mujeres y las niñas.