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El 8 de marzo se celebra en el mundo el Día Internacional de la Mujer, que en algunos
                  lugares  como  España  añade  “Trabajadora”.  La  historia  de  esta  conmemoración  se

                  remonta  a  principios  del  siglo  XX,  cuando  en  Estados  Unidos  ese  día  comenzaba  a

                  adquirir cierta relevancia. Pero su consideración internacional llegó en 1911, cuando el
                  19 de marzo millones de personas acudieron al evento organizado a favor de las mujeres

                  en Dinamarca, Alemania, Suiza y   Austria, que en 1977 volvería a ser organizado bajo
                  el lema del “Día Internacional por los Derechos de la Mujer y la Paz Internacional”.

                  A pesar de todos los avances en el siglo XX por reconocer la igualdad de la mujer con

                  relación al hombre en materia de política, educación y empleo, se demuestra que ha sido
                  poco el camino andado. Hoy en día la mujer sigue viéndose con una menor distinción

                  que el hombre, se le considera el sexo débil, costando mucho su ascenso femenino ante
                  la  realidad  del  mundo  o  la  demanda  en  cualquier  rama.  Aunque  actualmente  en  las

                  universidades la mayoría de los estudiantes y graduados son mujeres, esto no se refleja

                  en  la  dirección  de  las  empresas  públicas  y  privadas.  El  principal  obstáculo  al
                  reconocimiento de la igualdad de la mujer en la sociedad moderna aún es el monopolio

                  que se arroga la sociedad sobre el cuerpo femenino. Una de las grandes revoluciones del
                  siglo XX ha sido la irrupción de la mujer en la vida pública. Hasta el siglo  XIX los

                  protagonistas de la historia eran solo los hombres. Ellos se debían a esfera pública, al
                  trabajo y la política, mientras que las mujeres se circunscribían a lo privado, al hogar y a

                  los hijos.

                  Por  aquella  época  se  mantuvo  el  ideal  femenino  impuesto  por  la  religión;  pureza,
                  sumisión y rígida obediencia las normas sociales establecidas. No fue hasta finales del

                  siglo XIX que la mujer comenzó a despertar de su estado de postergación, exigiendo
                  cada vez con mayor fuerza su derecho a la educación, al trabajo y al sufragio.
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