Page 28 - Contemplando
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marianas, pero con auténtica piedad sincera, viniste a morar en una pequeña
imagen, en la pequeña aldea de Suyapa, en el pequeño país de Honduras, ante
gente pequeña ante el mundo, y en lo pequeño te hiciste grande.
Siendo Reina del Cielo decidiste vivir con nosotros, y te hiciste catracha y tri-
gueña, formando parte de la cultura hondureña.
Madre de Dios, que del yugo de la esclavitud nos salvaste. Has escogido a nuestro
país como barrera de contención contra la oscuridad política que quiere esclavi-
zar al mundo, y estas Honduras se convirtieron en profundidades de gloria.
Capitana de las Fuerzas Armadas, que defendieron con honor la patria, siendo
dignos hijos tuyos, Dulce Madre de Suyapa. Guíanos por el camino de la recon-
ciliación, sana esta tierra. Bendice a los pobres que de corazón sincero te bus-
can, pero castiga a los soberbios que quieren destruir la patria. A los que del
nombre de Dios blasfeman, pero que fingen piedad siendo hijos de iniquidad,
y a tu Iglesia calumnian. Saca a la luz sus mentiras, hazlos morder el polvo.
Aplasta sus cabezas, hasta que se arrepientan o mueran, cubriendo de igno-
minia sus nombres.
Condúcenos a Jesús, el santo fruto de tu vientre, y líbranos de las herejías pro-
testantes, de las sectas idiotizantes que estafan con el diezmo; haz volver a las
almas descarriadas a la Santa Madre Iglesia.
Danos el trabajo honrado que dignifica, que nunca falte el pan en la mesa. Lí-
branos del mal que acecha en las calles, ablanda los corazones perversos; y
sana nuestras enfermedades y nuestras ansiedades. Cúbrenos con tu manto de
amor.
Te lo pedimos en el nombre del Padre que te escogió, del Hijo que de ti nació,
y del Espíritu Santo que te cubrió. Amén.
La diminuta imagen de Nuestra Señora de la Concepción de Suyapa fue ha-
llada un sábado del mes de febrero de 1743 por Alejandro Colindres, un joven
y humilde labrador, y por un niño de ocho años llamado Jorge Martínez, quie-
nes regresaban a la aldea de Suyapa, cansados de trabajar todo el día en la co-
secha del maíz.
Ya llevaban la mitad de la jornada cuando anocheció. Habían llegado a la
quebrada del Piligüín, un buen lugar para pernoctar. Allí se acostaron en el duro
suelo. Enseguida Alejandro sintió que un objeto, al parecer una piedra, le im-
pedía acomodar la espalda. A oscuras lo tomó del suelo y lo arrojó lejos.
Curiosamente al recostarse nuevamente sintió aquella molestia en el mismo
lugar y esta vez no lo tiró sino que, intrigado por lo acontecido, lo guardó en
su mochila. A la luz del amanecer descubrió sorprendido que el misterioso ob-
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