Page 231 - Confesiones de un ganster economico
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                        destrucción, y dirigí la mirada hacia el abismo. Traté de imaginar las personas que
                        salían' corriendo ante la inminencia del hundimiento de la torre, y los bomberos que
                        entraban para tratar de salvarlas. Y la desesperación de los que saltaban. Pero no
                        conseguí ver nada de eso.
                           Lo que vi fue a Osama bin Laden aceptando dinero y armas por valor de muchos
                        millones de un hombre empleado por una consultoría contratada a su vez por las
                        autoridades de Estados Unidos. Luego me vi a mí mismo sentado frente a un ordenador
                        con la pantalla en blanco.
                           Dando la espalda a la Zona Cero, miré a mi alrededor, a las calles de Nueva York
                        que se habían salvado del fuego y ahora recobraban la normalidad. Me pregunté qué
                        pensarían de todo eso las personas que caminaban por aquellas calles. No sólo de la
                        destrucción de las torres, sino también acerca de los huertos de granados arrasados y de
                        los veinticuatro mil famélicos que mueren todos los días. ¿Se les ocurriría pensar en
                        tales cosas, y desentenderse de sus trabajos, y de sus coches sedientos de gasolina, y
                        de sus deudas y sus hipotecas, para pensar un momento en el mundo que iban a dejar a
                        sus hijos? Me pregunté si sabrían algo de Afganistán, no el Afganistán de la televisión
                        lleno de campamentos militares y tanques de Estados Unidos, sino el Afganistán de mi
                        viejo interlocutor. Y me pregunté lo que deben pensar esos veinticuatro mil que mueren
                        todos los días.
                           Entonces me vi otra vez sentado delante del ordenador con la pantalla apagada.
                           Con un esfuerzo, volví otra vez mi atención a la Zona Cero. De momento, una cosa
                        era segura: que mi país pensaba en la venganza, y que se había fijado en países como
                        Afganistán. Pero también me acordé de los muchos lugares del mundo en donde se
                        odia a nuestras compañías, a nuestros militares, a nuestra línea política y a nuestra
                        marcha hacia el imperio global.
                           ¿Qué iba a ser de Panamá, de Ecuador, de Indonesia, de Irán, de Guatemala, de la
                        mayor parte de África?, pensé.
                          Apartándome de la pared, eché a andar otra vez. Un tipo bajo y grasiento agitaba al
                        aire un periódico, al tiempo que lo voceaba en español. Me detuve.
                           — ¡Venezuela al borde de la revolución! —gritaba para hacerse oír entre el ruido
                        de la circulación, los bocinazos y la barabúnda de la gente.
                          Compré el periódico y me detuve un momento a leer el artículo de fondo. Trataba
                        de Hugo Chávez, el presidente venezolano y antiyanqui democráticamente elegido, y
                        del mar de fondo generado por las políticas estadounidenses en América Latina.
                          ¿Qué iba a ser de Venezuela?



























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