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tras” como se dice de manera coloquial, y tras ellos seis niños pequeños.
            ¡Seis!. Al primero le calculé nueve años de edad y al último, que él lleva
            en sus brazos, no más de siete meses. Mostraba desesperación ante la
            dificultad respiratoria, por lo que le abrí paso a velocidad entre la concu-
            rrencia, y no faltó aquel que gritó “Yo llegué primero”. La sospecha era
            correcta, puesto que, al medirle saturación de oxígeno, el resultado fue
            treinta por ciento, junto a marcada cianosis en boca y manos.

               Ante ese cuadro, me recorría el cuerpo entero la sensación de que
            en cualquier momento él entraría en paro respiratorio por lo que era ur-
            gente intubarlo, y los gritos empezaron: “¡Paciente Crítico!”, “¡Llamen
            a Covid a que nos reciban, necesitamos tubo!”, todos a correr. Mientras
            los compañeros lo llevaban en camilla, me comuniqué con dicha área
            para que se lo ingrese de inmediato; sin embargo, me contestan que ha-
            rían lo posible porque todos los ventiladores estaban ocupados y con tres
            pacientes en espera de los mismos. Así, varios casos que mis compañeros
            han vivido y todos los médicos del mundo, en las mismas condiciones,
            también.
               Entonces, el momento en que otras consideraciones entran en juego,
            llega y las emociones afloran, al hablar con los familiares. Es importantí-
            simo encontrar las palabras correctas y el tono preciso para expresar con
            sensibilidad y humanidad, sin involucramiento personal, el estado del
            paciente a sus acompañantes. Claro, eso dice el protocolo, pero ¿Cómo
            lo cumplo a cabalidad al ver a esta madre de familia, con seis pequeños,
            que espera que su esposo se recupere, cuando el pronóstico era bastante
            complicado?
               Pasa el día, paciente tras paciente. Dan las seis de la tarde y no hemos
            almorzado,  ni  mis  compañeros ni  yo.  Los  casos,  los mismos;  los  in-
            formes, lo propio, calcado de los reportes anteriores: “Paciente que luego
            de contacto con familiar…”, “Luego de reunión del día de la madre…”,
            “Después de juego de fútbol…”, “En contacto con compañeros de tra-
            bajo, presenta tos, dolor torácico, y dificultad para respirar…”
               Dos y media de la madrugada, sonó el teléfono. Desde el otro lado
            de la línea me informan que llegará una ambulancia, desde un cantón
            aledaño, con un niño de tres años de edad, que presenta un probable Sín-
            drome de Kawasaki  ; de hecho, al finalizar la llamada, ya había llegado.
                             1
            El médico me informó que el niño se encuentra álgico, por lo que solicité
            la camilla burbuja para trasladarlo; claro, se veía gigante con una persona
            tan pequeña en su interior. Ya adentro, se constató que el niño presentaba
            dolor abdominal severo, evidente, por lo que de inmediato había que ca-



            1 El síndrome de Kawasaki es una enfermedad rara infantil. Hace que se inflamen las paredes de los vasos
            sanguíneos en el cuerpo.
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