Page 15 - LA CANCHA del C.P.F. nº 39
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Se había levantado un viento huracanado que empujaba con fuerza las ramas contra
los cristales de la casa de enfrente. Las contraventanas de madera de la planta baja,
se batían con fuerza y el viejo balancín oxidado, chirriaba como un cochino acorralado.
Con una curiosidad superior a mi fuerza de voluntad, dejé un separador sobre la página
del libro que estaba leyendo y me acerqué a la ventana para averiguar de donde procedía
esa desagradable música, que me estaba dañando los oídos.
De nuevo, se encontraba ante mí la triste mansión de color violáceo, donde habían
transcurrido algunos sórdidos episodios años atrás. Primero fue la hija pequeña, que en
un desgraciado accidente había perdido la vida al apoyar su cuerpo sobre la barandilla
de la escalera que se encontraba en reparación.
No había transcurrido un mes cuando el padre y la madre, aparecieron muertos y
maniatados en sus respectivas camas. La investigación policial no pudo esclarecer nada,
pero desde entonces el hijo mayor, continuaba internado en un Centro Psiquiátrico de
otra ciudad.
Al acercar mi nariz al frío cristal, pude observar en la casa vacía, una sombra fugaz, tras
las hojas que bailaban con el viento, y pululaban en torno a las ventanas del primer piso.
En un primer momento pensé que se trataba de alguna cortina, movida por las ráfagas
del aire, pero observando más atentamente, vi a una joven vestida con gasas y encajes,
saltando con sus pies desnudos a lo largo de la habitación.
Mi cara embobada pegada al cristal, debió llamar su atención, y de pronto, sus saltos
pararon en seco, dejando su siniestra mirada fija en mis ojos. Tuve que dar un paso
rápido hacia atrás con tan mala suerte que tropecé con algo que había justo a mi espalda.
Cuando logré levantarme, no podía descifrar si aquello había ocurrido realmente.
Hasta hoy, quince años después, de aquella visión, aún no he vuelto a mirar por aquella
ventana. Temo que algún día, si lo hago, el espíritu perdido de aquella mujer, agarre mi
mano y me lleve a saltar con los pies desnudos en aquella casa abandonada.
JOSE MARÍA CHICO
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