Page 61 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                         No debo pensar en ello. ¡Debo actuar!

                         Siempre ha sido durante la noche cuando he sido moles
                  tado o amenazado; donde me he encontrado en alguna u otra
                  forma en peligro o con miedo. Todavía no he visto al conde a la
                  luz del día. ¿Será posible que él duerma cuando los otros están
                  despiertos, y que esté despierto cuando todos duermen? ¡Si sólo
                  pudiera llegar a su cuarto! Pero no hay camino posible. La puer
                  ta siempre está cerrada; no hay manera para mí de llegar a él.
                         Miento. Hay un camino, si uno se atreve a tomarlo. Por
                  donde ha pasado su cuerpo, ¿por qué no puede pasar otro
                  cuerpo? Yo mismo lo he visto arrastrarse desde su ventana.
                  ¿Por qué no puedo yo imitarlo, y arrastrarme para entrar por su
                  ventana? Las probabilidades son muy escasas, pero la necesi
                  dad me obliga a correr todos los riesgos.

                         Correré el riesgo. Lo peor que me puede suceder es la
                  muerte; pero la muerte de un hombre no es la muerte de un
                  ternero, y el tenebroso "más allá" todavía puede ofrecerme opor
                  tunidades. ¡Que Dios me ayude en mi empresa! Adiós, Mina, si
                  fracaso; adiós, mi fiel amigo y segundo padre; adiós, todo, y
                  como última cosa, ¡adiós Mina!
                         Mismo día, más tarde. He hecho el esfuerzo, y con ayu
                  da de Dios he regresado a salvo a este cuarto. Debo escribir en
                  orden cada detalle. Fui, mientras todavía mi valor estaba fresco,
                  directamente a la ventana del lado sur, y salí fuera de este lado.
                  Las piedras son grandes y están cortadas toscamente, y por el
                  proceso del tiempo el mortero se ha desgastado. Me quité las
                  botas y me aventuré como un desesperado. Miré una vez hacia
                  abajo, como para asegurarme de que una repentina mirada de la
                  horripilante profundidad no me sobrecogería, pero después de
                  ello mantuve los ojos viendo hacia adelante. Conozco bastante
                  bien la ventana del conde, y me dirigí hacia ella lo mejor que
                  pude, atendiendo a las oportunidades que se me presentaban.
                  No me sentí mareado, supongo que estaba demasiado nervioso,
                  y el tiempo que tardé en llegar hasta el antepecho de la ventana
                  me pareció ridículamente corto. En un santiamén me encontré
                  tratando de levantar la guillotina. Sin embargo, cuando me desli
                  cé con los pies primero a través de la ventana, era presa de una
                  terrible agitación. Luego busqué por todos lados al conde, pero,
                  con sorpresa y alegría, hice un descubrimiento: ¡el cuarto estaba
                  vacío!






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