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 Medios tóxicos
  Luis M. Sánchez
“La salud mental es algo más que la ausencia de trastornos mentales”, dice un reporte de la Organización Mundial de la Salud del año 2018. Promover la salud mental, añade, “consiste en acciones que creen entornos y condiciones de vida que propicien la salud mental”.
Sin duda la salud mental incide como ningún otro factor en la felicidad de las personas. Opera silenciosamente. Favorece o estresa a la gente de todas las edades. Fortalece o provoca cuadros de insatisfacción subconsciente que arruinan la alegría de vivir, minan la sociabilidad, suscitan iras y descontentos inesperados. Hasta incitan al suicidio.
Unas 800.000 personas se suicidan anualmente en el mundo. O sea, cada cuarenta segundos alguien se aniquila. No solo, ni tanto, la gente pobre, sino incluso más los de clases medias y altas. La gente tiene plata, pero se muere de infelicidad. ¿Por qué de la desesperanza?
Las disciplinas neurosicológicas actuales dan varias certezas sobre esto. Una de ellas es acerca del impacto de las emociones negativas en la expansión de enfermedades orgánicas, hasta de cánceres. Las malas emociones inciden en el decaimiento del sistema inmune de las personas. Entonces prosperan las enfermedades.
Memoria de fábulas freudianas
Uno de los errores de la sicología occidental, en la tradición de teorías famosas en su momento, como las de Freud y seguidores, es creer que la fuente de las enfermedades mentales está en el individuo en sí, en su pasado remoto. En el impulso sexual inconsciente, en los “traumas”, los “complejos”, y otros conceptos esotéricos cuyo mayor éxito quizás fue cinematográfico. Freud se apega al dogma de las ciencias atomistas intentando explicar el curioso aumento de los males síquicos en las sociedades opulentas, a veces llamadas liberales, pero esencialmente individualistas y capitalistas.
Fue Alfred Adler, uno de sus discípulos, el primero en darse cuenta del error y cuestionarlo. Adler percibe que las personas no existen aisladas. Son parte del contexto que crean la familia, la comunidad, la humanidad plena y el planeta mismo que es fragmento del cosmos.
El problema no está en el individuo en solitario sino en sus interrelaciones. La fuente de los males psíquicos generalmente se la encuentra en los desajustes de la relación del individuo con su contexto. En sus intercambios con la pareja, la familia, los amigos, la comunidad; con la televisión, con los libros, la cultura, la política, la economía, el internet, y por supuesto con los titulares de los medios masivos.
El coraje de resistir la opresión
Fumitake Koga e Ichiro Kishimi rescatan estos aspectos de la teoría de Adler en un libro reciente, The Courage to Be Disliked (El coraje de ser diferente). Desde su primera aparición en inglés, el 2017, el libro es un best seller mundial, con más de 3 millones de copias vendidas.
Su punto de partida, para los consejos que desarrollan en el libro, es que el entorno de intercambios protege o mina gran parte de la salud mental de las personas. Por eso hay que tener coraje para ser diferente. Y por eso tiene sentido – decimos nosotros- hablar de “personas tóxicas”. De grupos y de redes tóxicas. De prensa tóxica en grado extremo. Son fuentes de interminables emociones negativas, angustia, inseguridad, miedo, odio, incertidumbre. Malean el espacio público, enferman el alma.
El contexto comunicativo-cultural conforma el entorno de felicidad o infelicidad que las personas perciben. Por eso no se puede dejar que la mentira, la exageración, la calumnia, el ataque gratuito, el chisme, la intriga, el odio, el cinismo, la conchudez, el pesimismo, la
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