Page 107 - Biografía de un par de espectros: Una novela fantasma
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de tu historia y además… —¡¡¡Pum!!! Daniel no pudo terminar la frase porque

               una inmensa bomba de chicle que él mismo había producido estalló en sus
               labios.

               Los fragmentos de tutifruti volaron por todos lados y algunos incluso quedaron

               pegados en sus párpados.

               —Perdón, perdón —dijo mientras sacaba otro chicle, para después retomar las
               palabras abandonadas tras la explosión—. Tengo que conocer toda tu historia y

               además los amigos no tienen secretos. —¡¡¡Recontrapum!!!

               (A pesar de la exagerada onomatopeya, este segundo estallido fue, por fortuna,
               menos violento.)


               Si mi conciencia hubiera sido una conciencia responsable (de esas que
               disfrazadas de angelito se colocan en el hombro de los fantasmas, de las
               personas o de los animales), me hubiera dicho “Cuidado, Chong Lee, ¿cómo se

               te ocurre pensar que un niño que no tiene la más mínima idea de lo que es un
               noviazgo y cuya mayor diversión es hacer estallar bombas de chicle te pueda
               ayudar a conquistar el amor de una mujer de ficción?”. Pero mi conciencia nada
               dijo. Se paró en mi hombro, eso es cierto, sólo que en lugar de aconsejarme, se
               puso a escuchar un tango en su disc-conscience (un aparato que, como su
               nombre lo indica, es una especie de discman para conciencias).


               —Ándale, Chong Lee, cuéntame, no seas así —insistió Daniel.


               —¿Así cómo?


               —Pues así, como tú eres, medio misterioso.

               —Soy un fantasma. ¿De qué otra forma podría ser, sino misterioso? —contesté
               de modo altanero, pero al mismo tiempo desesperado por la insistencia del

               pequeño—. Sin secreto no hay fantasma; apréndetelo bien, muchachito,
               apréndetelo muy bien —puse mucho énfasis en las dos últimas frases.

               Y entonces Daniel, utilizando de nuevo el lenguaje de cuando era bebé, frunció

               la boca, arqueó los dedos de la mano derecha y cerró un ojo en algo que resultó
               un perfecto remedo: Apréndetelo bien, muchachito, apréndetelo muy bien.

               Sé que el remedo le salió estupendamente porque logró lo que todos los niños
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