Page 67 - La niña del vestido antiguo y otras historias pavorosas
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pies. Desde ese punto observó a un niño que en una esquina lateral daba
maromas y hacía giros usando las manos (tendría tal vez once o doce años, justo
como él). Después les pedía dinero a los conductores, que lo ignoraban. Pocos
cedían. Bajó y deambuló por el centro. Los transeúntes ni siquiera lo miraban,
ensimismados. Los guardias a las puertas de los restaurantes le exigían que se
alejara del lugar.
—Oiga, ¿no ocupa alguien que haga mandados? —preguntó en uno de ellos.
—¿Para qué? Para que te robes lo que te den, ¿no? Estás loco. ¡Fuera de aquí!
Cada vez se hallaba en condiciones más deplorables, y cada día sería más difícil
conseguir trabajo. Un policía lo miró de arriba abajo y le advirtió que no se
metiera en problemas porque lo iba a pagar caro. Estuvo cuatro o cinco horas
sentado bajo un árbol, cerca del río. Al anochecer se metió a la terminal de
autobuses foráneos y se quedó dormido en una de las bancas. Cuando despertó
se dio cuenta de que alguien había revuelto las pocas cosas que llevaba. Hizo un
recuento y notó que le robaron el celular, el reloj y los lentes. También su
playera de la selección. Profirió una maldición. Cerró la maleta y notó que una
bolsa de papitas estaba en otra banca. La tomó, comió lo que quedaba y salió. No
tenía la más mínima idea de adónde ir. Caminó hacia el sur. Los autos
empezaban a ponerse frenéticos a esa hora de la mañana.
Tenía todo el tiempo del mundo para hacer lo que se le pegara la gana, pero
reconoció amargamente que de poco le servía, pues no tenía a nadie a su lado,
tampoco un solo peso en el bolsillo. ¿Qué estaría pensando su mamá a esta hora?
¿Seguiría llorando a solas, sin que se diera cuenta su padrastro? A Isaac le bastó
pensar en aquel sujeto para cobrar el valor de no regresar.
En una esquina donde confluían un boulevard y una avenida estaba una niña
ciega pidiendo limosna. Se movía con agilidad entre los autos
momentáneamente detenidos. Los conductores, sobre todo las mujeres, le daban
monedas. El muchacho la estuvo viendo durante un rato. Vestía ropa en harapos,
calzaba zapatos raspados y usaba un palo como bastón. Pero lo que la distinguía
era la abundante mata de cabello hirsuto y sucio. Cuando se aburrió de verla se
dirigió a una cancha de basquetbol y futbol de salón, cuyas paredes estaban
grafiteadas, y donde los tubos de metal eran víctimas de la herrumbe. Un puñado
de niños jugaban fut. Isaac se sentó en una banca de concreto a verlos jugar.
Notó que el portero tenía un muñón al final del brazo izquierdo y que uno de los