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142        Armando Montoya Jordán    |    El Azufre Rojo VIII (2020), 125-152.    |    ISSN: 2341-1368





               El ǧihād del Emir Abd el-Qadir se caracterizó, ante todo, por ser una resistencia legítima,
               fruto de una aspiración a la libertad y a la justicia fundamentada en los principios coránicos
               y la Sunna, valores profundamente arraigados en la doctrina y prácticas sufís. Aquello le
               permitió mantener una mirada desapasionada y veraz de los sucesos, y cuya aspiración f nal
               consistía en lograr la paz y la justicia, en cuanto estaciones espirituales que permitesen a los
               creyentes presenciar la Belleza y la Misericordia divinas. Consciente de que el enemigo más
               acérrimo del hombre para la realización de tales estaciones es el propio nafs, el Emir Abd
               el-Qadir luchó de manera acérrima tanto al enemigo invasor, como a todo clamor y sed de
               venganza entre los suyos, oponiéndose f rmemente a todo deseo de represalias desmesuradas
               y a revanchismo que conllevase a la ley del talión entre sus tropas, lo que le granjeó serios
               dilémas, que no obstante, supo resolver a su favor, sin duda, inspirado por la presencia divina.
               A este respecto, Reza Shah Kazemi añade:


                           “El  principio  aquí  establecido  queda  perfectamente  ejemplif cado
                           por el comportamiento del Emir Abd el-Qadir, jefe de los musul-
                           manes argelinos en su heroica resistencia contra la agresión colonial
                           francesa entre 1830 y 1847. Los franceses eran culpables de los crím-
                           enes más bárbaros en su ‘mission civilisatrice’; el Emir no respondió
                           con amargo sentimiento vengativo y furia colérica, sino con desa-
                           pasionada corrección y una acción guerrera con principios. En el
                           momento en que los franceses masacraban indiscriminadamente a
                           tribus enteras, cuando ofrecían a sus soldados una recompensa de
                           diez francos por cada par de orejas árabes, y cuando las cabezas
                           árabes cortadas se consideraban trofeos de guerra, el Emir manife-
                           stó su magnanimidad, su inquebrantable adhesión a los principios
                           islámicos y su negativa a rebajarse al nivel de sus adversarios ‘civili-
                           zados’...Había muchos entre sus f las, incluso en el consejo de khali-
                           fas, que tenían muchas ganas de responder con la misma moneda a
                           las atrocidades de los franceses, de ‘combatir el fuego con el fuego’;
                           pero no pudieron apartar al Emir de lo que sabía que era correcto y
                           él resistio a todas las llamadas a la venganza. Se exigía el nivel más
                           alto en lo que respecta a la necesidad de superar el deseo humano de
                           venganza” .
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               Los relatos sobre el caracter de nobleza y cabarellosidad de este šeyḫsufí son harto elocuen-
               tes, como prueba suf ciente de que, cuando el ǧihād menor, en cuanto f el expresión del más
               elevado ‘esfuerzo’ espiritual, se encuentra iluminado por la luz del Corazón apaciguado,



               32 Reza Shah-Kazemi, “Recordando el espíritu de la Jihad”, en Joseph B. Lumbard (ed.), Ibid, p. 217.
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