Page 132 - Vernant, Jean-Pierre - El universo, los dioses, los hombres. El relato de los mitos griegos
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Ulises está oculto entre la hojarasca,  dormido,  cuando
          amanece.  El  rey de los feacios tiene una hija,  de quince  o
          dieciséis años. Está en edad de casarse, pero no es fácil, sin
          duda,  encontrar en aquel país a un joven capaz de respon­
           der a lo que su padre espera de su yerno. Aquella noche, la
          joven tiene un sueño, obra, sin duda, de Atenea.  Ha soña­
          do  con  que  encuentra  marido,  y,  por  la  mañana,  llama  a
          sus  doncellas,  que llegan  corriendo y recogen toda la ropa
           blanca de la casa para ir a lavarla en las aguas claras de un
           torrente,  entre  unas  rocas  donde  luego  ponen  a  secar  las
           hermosas telas,  los trapos y los vestidos.  Una vez lavada la
           ropa,  las  hermosas  muchachas  se  entretienen  jugando  a
           pelota.  Una de las sirvientas, algo torpe,  no coge la pelota
           que  Nausicaa  le  ha  lanzado  y  la  deja  caer  en  el  torrente.
           Las muchachas lanzan entonces agudos gritos.
               Ulises se despierta sobresaltado,  sale de la hojarasca y
           contempla la escena. Está desnudo como un gusano, y tie­
           ne  un  aspecto  horrible.  Como  está  preocupado,  lanza
           unas  miradas  brillantes y torvas. Ante  tal  espectáculo,  to­
           das  las  muchachas  huyen  como  pájaros  asustados.  Todas
           salvo  una,  Nausicaa,  la más alta y la más hermosa,  y que,
           como  Artemisa  entre  su  séquito,  destaca  por  su  alcurnia
           por encima de las demás.  Nausicaa no pestañea.  Permane­
           ce inmóvil.  Ulises  la ve.  Ella le contempla,  y debe de pre­
           guntarse  quién  es  aquel  tipo  horrible,  aquel  monstruo,
           pero  no se mueve.  Es  la hija del  rey.  Entonces  Ulises,  es­
           pantoso  de  ver,  pero  agradable  de  escuchar,  porque  es  el
           hombre  de  la  palabra  fácil,  le  pregunta:  «¿Quién  eres?
           ¿Eres  una  diosa  con  sus  fieles?  Soy  un  náufrago  al  que  la
           desdicha  ha  arrojado  aquí.  Oye,  cuando  te  miro,  pienso
           en  una  joven  palmera  que  vi  hace  tiempo  en  Délos  con
           ocasión de uno de mis viajes, una joven palmera muy tiesa
           que  se  empinaba hasta lo  alto del  cielo.  Verla  me  maravi­
           llaba,  me  quedaba  extasiado  delante  de  ella,  y  también

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